Pienso, desde hace tiempo, que la jubilación es un momento muy importante en la vida. Se dejan atrás muchos años de experiencia laboral, que nos han marcado a fondo, y se inicia un periodo jubiloso pero que no admite retroceso. Y creo que la persona que da el paso debe recibir el reconocimiento por esos muchos años de trabajo. Es lo que habitualmente ocurre en los colegios y en los institutos, que organizan actos de homenaje a los profesores que se van de manera más o menos protocolaria, según el centro.
Pero el pasado sábado asistí a una fiesta de jubilación algo diferente: la de mi amiga María Luisa García Villén, maestra de Primaria durante treinta y seis años en numerosos colegios de nuestra geografía andaluza, desde Cádiz a Almería, pero también, un curso escolar completo, no hace mucho, en un lugar tan lejano como Topeka, en el centro ¡nada más y nada menos! que de los mismísimos Estados Unidos —algo así como la “América profunda”—. Y fue una fiesta diferente porque no fue organizada por su colegio, el CEIP Federico García Lorca de Granada —que me consta que la tiene prevista—, sino por su familia. Fueron concretamente sus tres hijos los que se hicieron cargo de poner en marcha y hacer realidad lo que su padre les sugirió: que dieran a su madre una gran sorpresa de jubilación que le hiciera reír y llorar, para que siempre la recordara.
Allí estuvimos nosotros, junto con otros amigos, compañeras de su colegio y sus familiares, para atestiguar que ambas cosas se cumplían. Porque María Luisa se emocionó al creer que iba solo a ver a sus hijos y encontrarse a la patulea que estábamos. Además, su entrada fue con su canción favorita, Linda, de Miguel Bosé, lo que acentuó el impacto afectivo. Luego se sucedieron los ingredientes habituales: ramo de flores, besos y abrazos muy efusivos, la barbacoa, el café, las copas y la tarta de jubilación, un vídeo con felicitaciones de presentes y ausentes, más emociones y lagrimitas —de muchos—, unas palabras dichas por uno de sus amigos*, los regalos y las fotos ¡multitud de fotos! para que no olvide este gran día que pone un broche de oro a su larga y fructífera carrera docente.
Con más amigos y amigas
De hecho, fue un día divertido para todos. Algunas, tras el café, atacaron sin piedad al regaliz, “rememorando” sus años de infancia y juventud; otros pasearon puro habano toda la tarde, al más rancio estilo de épocas pasadas —cual Felipe y Fidel—; y no faltaron los que hicieron “ocurrentes gracietas” en el posado fotográfico con el marco rosa de la jubilación. En fin, las “cosas normales” en este tipo de celebraciones poco ceremoniosas pero espontáneas, alegres y emotivas.
Aunque, volviendo a mis primeras palabras, el jubilado debe sentir el respeto y el afecto de sus jefes y compañeros y el cariño de los amigos y familiares. Han sido muchos años de trabajo y deben terminar con el más profundo reconocimiento. En el caso de María Luisa ha sido así por empeño de su familia (también pronto de su colegio) y, desde luego, debería ser igual para todos. Que aprendan los hijos, los maridos, los compañeros o los amigos, pero no puede quedar jubilado sin fiesta de jubilación. Es, a mi entender, prácticamente un deber moral. Y por supuesto, a María Luisa y a todos los maestros y profesores recién jubilados, mi más sincera felicitación.
*Un breve fragmento de las mismas:
“…siempre has demostrado tu inteligencia, tu trabajo, tu independencia de criterio, tu valentía (al asumir retos en el “peligroso y lejano oeste”), y tu apego a la familia y a los amigos, que son las cosas que yo verdaderamente admiro en las mujeres y en los hombres.
(…)”.
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Profesor de Historia en el IES Padre Manjón
y autor del libro ‘Un maestro en la República’ (Ed. Almizate)