Mejor el acto que la contemplación; tomar la delantera antes que la desidia en un mundo de riesgos y peligros.
Vivimos instalados en el miedo, a veces absurdo, de tener pavor a lo que no existe o, en el mejor de los casos, a aquello que probablemente nunca sucederá. Ya lo dijo Montaigne: «Mi vida ha estado llena de terribles desdichas, la mayoría de las cuales nunca han existido».
Si en latín de metus obtenemos miedo, en cambio, en griego, se emplea phobos (fobia) para referirse a aquel. Podríamos traer a colación muchas citas que nos hacen pensar sobre la angustia por un riesgo o daño real o imaginario. Por ejemplo, «el arte solo surge del miedo a que la vida no signifique nada» dijo Gustavo Martín Garzo en La rama que no existe. O tirando de clásicos hallamos a Sófocles: «Para el que tiene miedo, todo son ruidos». O Hobbes: «El día que yo nací, mi madre dio a luz dos gemelos: yo y el miedo». En muchas ocasiones, es el propio miedo al miedo. Así, profesionales que se desenvuelven en el riesgo o personas al filo de la navaja, conviven con él, aprenden de su permanente compañía.
Hasta un leve sonido por la noche o una insinuada sombra nos altera el ánimo y no nos quedamos tranquilos hasta que un minúsculo insecto pilla la indirecta y toma la puerta o ventana de la casa para abandonarla.
No hay nada mejor contra el miedo que la acción, pues está demostrado que muchas de nuestras turbaciones provienen de ese feroz animal sin compasión que es la inseguridad. Mejor el acto que la contemplación; tomar la delantera antes que la desidia en un mundo de riesgos y peligros. Y todo ello deja al descubierto una cualidad que nos distingue como sociedad: la necesidad de sentirnos seguros en un mundo paradójicamente cada vez más inquietantemente incierto. El dejar que el futuro haga su trabajo y vivir con moderación el presente nos aporta un carácter más tranquilo y reconfortante, lejos de la angustia que sentimos cuando la obsesión por lo por venir nos asfixia como muñecos en sus manos.
Una buena prueba la obtenemos de las madres y abuelas con su instinto hacia el cuidado que rezan continuamente: ten cuidado con el coche, ten cuidado no te vaya a pasar algo malo. Poner el carro antes que los bueyes. Y después de todo nos sentimos mal porque más parece que le hemos dado razones para sufrir por nosotros.
Hagamos una lista de sinónimos de miedo y comprobemos hasta qué punto ese sentimiento adquiere distintos rostros y con ellos diferentes significados: temor, terror, pavor, pánico, espanto, horror, alarma, susto, sobresalto, recelo, aprensión, desconfianza, canguelo, turbación, desasosiego, cobardía.
Hagamos una lista de cosas que nos producen miedo y sería interminable. Más curioso puede resultar comparar esta conforme vamos cumpliendo años y así comprobaremos como el tipo de miedo cambia de acuerdo a la edad. En cualquier caso, quitemos la máscara a aquello que no habiendo ocurrido no tiene por qué suceder y, sobre todo, cuidado con el miedo a uno mismo.
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Profesor de Educación Secundaria y Bachillerato