¿Cuántas veces hemos oído que, en breve plazo, todo volvería a la normalidad? Y, por contra, me esta dando un “tufillo” –verdadera sospecha de algo oculto– que la realidad va a ser (ya es) muy diferente.
Con ello, me refiero no sólo al ámbito político, al ciudadano, etc., sino también al religioso, pues parece que nos estamos empecinando en traer a la actualidad, con actitudes indiscutiblemente perversas, todos aquellos polvos que ya habían sido limpiados –y bien limpiados– debajo de nuestras alfombras: “Tengo que confesar que, en estas cuestiones, cuantas más declaraciones públicas leo sobre procesos “vinientes” o en curso, más me huele a chamusquina” (“Algo raro pasa en la Iglesia en España”, José Francisco Serrano Oceja).
Y es que, como os decía, tiempo atrás, que me pasaba con la evolución tecnológica de los “robots telefónicos”, estos “talantes” están a punto de conseguir que hasta modifique mis actitudes más enraizadas. De la protesta íntima, reconozco que tengo la tentación de pasar a la denuncia pública y judicial de una serie de hechos que vienen sucediendo con bastante asiduidad y que, incluso, podrían llegar a colmar la paciencia del santo Job.
Entiendo, con el patriarca bíblico, que soportar las pruebas celestiales es una cosa –pues, al fin: “Y vinieron a él todos sus hermanos y todas sus hermanas, y todos los que antes le habían conocido, y comieron con él pan en su casa, y se condolieron de él…” (Job. 42, 11)–, y otra bien distinta es aguantar estoicamente las memeces terrenales sin que, además, tengamos la mínima esperanza del consuelo de nuestros semejantes… De aquellos que nunca ejercieron de “palmeros” del poder engreído y la vanagloria.
Con todo, –tampoco lo puedo ocultar– sabed que, a pesar de todo lo sufrido, al despertar cada día de los referidos “malos sueños” –así los llamo, en mi estoicismo impenitente– mis perspectivas se acercan más al optimismo que a la desesperanza.
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de
Ramón Burgos
Periodista