Y, de paso, también arrasan con todos los profesores y demás profesionales independientes, que somos la mayoría
Modestamente tengo que reconocer la calidad y el interés que poseen la mayoría de los artículos publicados por este periódico IDEAL, en sus conocidas páginas de opinión, sin minusvalorar el resto de artículos. También los lectores, siempre podrán encontrar aquí artículos que les gusten, dada la variedad temática, así como el elenco y la diversidad de autores o escritores que colaboramos. Uno de los autores que admiro, es Antonio Jara; destacado alcalde de Granada, profesor de la UGR y compañero, con el que he compartido exámenes de Selectividad o de mayores de veinte y cinco años. No son sus dotes literarias lo más valioso, sino su argumentado e impecable posicionamiento ético y político en cuestiones delicadas, que nadie se atreve a denunciar, sea de su partido, de otro o de ninguno. Debería haber un Jara en cada partido político, para que dijera las verdades y las cosas claras, sin que, al día siguiente, le mostraran la puerta de salida.
Esto ha sido lo que me ha ocurrido con su último artículo, publicado el domingo 18 de septiembre, en IDEAL, con el título: “Justicia administrativa y corrupción en la Universidad” En el mismo, se atreve a denunciar la corrupción universitaria, especialmente referida a la selección y promoción del profesorado. Un hecho, tan extendido y frecuente, como ocultado por el conjunto de las instituciones universitarias y sus responsables, pese a la gravedad del asunto y el abuso que implica. En una de sus primeras frases dice: “la corrupción parece gozar de un apacible clima de impunidad, cuando entra en el selecto y prestigioso recinto del campus universitario”. En otra posterior concreta: “cuando las afinidades personales, políticas o ideológicas, priman sobre la capacidad y el mérito, etc. cuando estas cosas ocurren, hablamos de corrupción”. Lo que parece increíble, es que dicha corrupción, se produzca en las universidades españolas, en pleno siglo XXI, sin que nunca haya transcendido nada, aunque el reguero de víctimas, ha sido y sigue siendo interminable.
Abundando en otros casos, dice: “cuando alguien abusa de su posición de poder para, arbitrariamente, privilegiar a unos ciudadanos y perjudicar a otros”. ¡Indignante! Sin embargo, ha habido gente, que esto lo ha practicado descaradamente, durante toda su vida y, además, vanagloriándose de ello. Cuando así sucede, la corrupción se supera, y, sus protagonistas, cuando menos, son unos conspicuos corruptos. Pero el considerable y supuesto prestigio de la Universidad, no permite fallo alguno, no acepta crítica de ningún tipo. ¡Cuando estamos hablando de calidad, de investigación, de excelencia, etc. ¡Que no venga nadie con nimiedades, ni monsergas! ¡Joroba! “Ni los gobiernos, ni los rectores, ni los departamentos, ni los profesores, ni los sindicatos parecen interesados en la erradicación de prácticas académicas clientelares y corruptas, pagadas con dinero público”. Aplausos. Es lógico que nadie quiera hacerse el harakiri; es la universidad pública, la nuestra, la que nosotros defendemos y queremos para nosotros. En cierta ocasión un conserje me decía, en el hall de la Facultad, ¿Sabe usted lo que pasa aquí? Dígamelo. ¡Que esto no le duele a nadie! Pues, a mí sí, le respondí y él, rápidamente, contestó y a mí también. Esa sí es una diferencia, cualitativa y sustancial.
Desde mi punto de vista, estos hechos vergonzosos, deberíamos entenderlos como “corrupción cualitativa”, porque constituye un ejemplo perfecto y diferencial, entre lo cuantitativo – medible, observable y visible – frente a lo cualitativo, menos medible, comprobable y visible, pero más grave y significativo, que lo cuantitativo. Que alguien se lleve cien mil euros de un presupuesto de cientos de millones, es inadmisible, indignante y penal. Pero sus efectos, no son comparables con los de una Universidad, que contrate o promueva a cien profesores, por razones de parentesco, amistad, relaciones personales, intereses varios, etc. no por su competencia, sus méritos o su preparación profesional. El daño que causarían a miles de estudiantes, durante toda su vida laboral, sería irreparable, inconmensurable. Más difícil todavía: “la corrupción universitaria, se encuentra asociada a prácticas de sectarismo político, arbitrariedad y abuso de poder, especialmente en la selección del profesorado.”
Evidentemente, el sectarismo político puede ser de cualquier signo, pero el que manda y priva en la universidad, es el progresista. Las minorías radicales campan a sus anchas, manipulan a los estudiantes y pretenden expulsar de la misma a los que no piensan como ellos: PP, VOX, etc. Y, de paso, también arrasan con todos los profesores y demás profesionales independientes, que somos la mayoría. Vean lo que está pasando en las universidades catalanas, o lo ocurrido a Macarena Olona, en Granada. ¡Bochornoso! Se ha llegado a situaciones inconfesables, como es el mercadeo con personas y plazas, incluso entre áreas diferentes. Un nuevo juego de ajedrez: te cambio dos peones en Galicia, por un rey en Andalucía. Esta inexplicable situación, dura casi cuarenta años (LRU, 1983). ¿Cambiará con el nuevo gobierno?
(NOTA: Este texto se ha publicada en la sección de Opinión del diario IDEAL, correspondiente al sábado, 1 de octubre de 2022, pág. 16)
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Catedrático y escritor