Según etimologias.dechile.net, este término “viene del latín miser (miserable, desdichado); cor, cordis (corazón); y el sufijo ia (…) y se refiere a la capacidad de sentir la desdicha de los demás”…
Pero, al menos esta vez, no es la definición lo que me ha llevado a reflexionar, sino que una conversación anterior con un sacerdote católico, centrada sobre las culpas y el perdón correspondiente, me aportó un dato que, como otros muchos, era desconocido para mí: el oficio de los “Misioneros de la misericordia”, los únicos que pueden absolver los pecados que están reservados a la Sede Apostólica. En concreto, la “profanación de las especies eucarísticas mediante sustracción o detención de las mismas para uso sacrílego; la violencia física contra el Romano Pontífice; la absolución del cómplice en pecado (contra el sexto mandamiento del decálogo); la violación directa del sigilo sacramental por parte del confesor; y la captación y/o divulgación mediante medios de comunicación social del contenido de la confesión sacramental, verdadera o simulada”.
En estos días también los judíos españoles celebran el Día del Perdón, dedicado “al ayuno, la meditación, el arrepentimiento y solicitar el perdón por las faltas cometidas contra Dios, contra nosotros mismos y contra el prójimo. El Yom Kipur proporciona la oportunidad de alterar la conducta y reajustar los valores”; es cuando “se canta el Col Nidré con el que se solicita la anulación de los votos no cumplidos” (religion.elconfidencial.com).
Y aunque no es mi intención comparar, no me puedo resistir al pensamiento de trasladar a un ámbito más general estas “tareas” puramente religiosas, pues la realidad actual de algunas de las instituciones y sociedades con las que nos hemos –o nos han– dotado presumen de códigos éticos basados en una objetividad que, al menos, considero discutible pues en ningún caso incluyen la Misericordia en sus decálogos.
Leer más artículos
de
Ramón Burgos
Periodista