Al escribir esta reflexión me pregunto si alguno –o todos– mis profesores y mentores de Comunicación se pondrán las manos en la cabeza, planteándose el valor de lo que intentaron transmitirme durante el periodo de mi formación académica –que, por cierto, nunca he dado por finalizado–; pero, al leer el contenido de un encuentro en el que CEDRO reunió a los periodistas y escritores Nativel Preciado (“La verdad en los medios está desprestigiada. Los escritores utilizan la autoficción para contar la verdad”) y Antonio Lucas (“Es más fácil encontrar la verdad en la literatura que en la prensa”), en el que “ambos coincidieron en que se necesita un equilibrio entre periodismo y literatura para frenar la difusión de los relatos que buscan manipular la verdad”, no me puedo resistir, como sucede en algunos casos, a plantear que la “caridad bien entendida empieza por uno mismo” (“Si te amas a ti mismo, amas a todos los demás como a ti mismo”, Meister Eckhart).
Al respecto, y desde la óptica católica, ha sido el propio Papa Francisco quien ha exhortado a “Acostumbrarnos a hacer este ejercicio de lectura de la propia vida, y también contar nuestra historia a otras personas, son instrumentos muy valiosos para el discernimiento” (“Aprender a releer la propia vida”).
Este es el meollo de la cuestión en la que me he enfrascado: ¿antes de enfrentarnos a las falsas noticias, a los bulos o a la difamación, sería lo más lógico que afrontásemos nuestro bagaje personal?
Y es que las capacidades de cada uno de nosotros no están en relación directa con las de los demás. Es decir, que cada cual tiene la suyas y, por tanto, el derecho y la obligación no sólo de administrarlas en beneficio propio, sino también de ponerlas al servicio de la sociedad.
Lealtad, al fin y al cabo –fidelidad, cumplimiento, observancia, franqueza–. España necesita de ella (de ellas). Los españoles deben –debemos– entender que no se puede seguir viviendo sin ella (sin ellas).
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de
Ramón Burgos
Periodista