Francisco Martínez Sánchez: «El estruendo absurdo de las bombas»

¿Quién, pues, no está hoy preocupado por el problema de la guerra y la paz, la carrera armamentista, la violencia entre las naciones y los medios para reducirla?

La política internacional está demostrando que estamos ante acontecimientos sin retorno y que el cansancio informativo nos está llevando a conflictos irresolubles. El estado de permanente beligerancia, llámese violencia del absurdo, llega al umbral de la barbarie desmedida. A Hiroshima, Auschwitz, le Goulag, Vietnam…que marcaron la tragedia del siglo pasado, se suman los diversos conflictos de nuestro siglo, esparcidos por nuestra actual historia planetaria: guerras, genocidios, esclavitud… y entre todos, la guerra ruso-ucraniana. Sin olvidar el eterno conflicto árabe-israelí o las nuevas hostilidades entre Armenia y Azerbaiyán que en el pasado septiembre dejaron cientos de muertos o el bucle de la violencia que vive Centroamérica y gran parte del continente africano…

El grito de Pablo VI en la ONU en su discurso del 4 de octubre de 1965, Nunca jamás la guerra, expresaba el deseo de todo hombre sensato. Sin embargo, la amenaza de una guerra nuclear y la realidad de un conflicto mortal no ha cesado desde entonces, hoy de la propia mano de Vladímir Putin. Ya años antes John F. Kennedy enfatizaba que la humanidad deberá poner fin a la guerra o la guerra será quien ponga fin a la humanidad. En este tiempo, como entonces, la paz del mundo es vasalla del desequilibrio sustentado por el terror de las armas… No es, pues, camino para la esperanza el que vivimos bajo el sol. Además de la pandemia viral que todavía colea, se agrega el peso de la locura insensata de la guerra. Cunde el pánico ante el peligro de una nueva guerra mundial de consecuencias imprevisibles. Diría que estamos ante un rito devastador pendiente de drones, misiles y demás artillería pesada.

El Papa Francisco, que no cesa de clamar contra la guerra, ha relanzado en su visita reciente a Kazajistán el diálogo religioso como servicio urgente e insustituible para conseguir la paz, aspiración suprema de toda la humanidad. ¿Quién, pues, no está hoy preocupado por el problema de la guerra y la paz, la carrera armamentista, la violencia entre las naciones y los medios para reducirla? Demencial ha sido la iniciativa de Vladímir Putin desde el fatídico 22 del pasado febrero, que puso en marcha el mecanismo perverso de una guerra inconclusa (¡8 meses!), convertida en una “empresa industrial” que involucra armas sofisticadas con efectos cada vez más devastadores.

Es cierto que la violencia siempre ha existido desde que el mundo es mundo y que las matanzas entre pueblos difícilmente han sido episodios “tiernos” en nuestra historia universal. No hay más que recordar a Alejandro Magno. En el pasado, la guerra era a menudo un “ritual”, una actividad caballeresca con consecuencias limitadas. Pero hoy el desarrollo prodigioso de las tecnologías ha multiplicado por millones su poder destructor. Por eso, la búsqueda de una alternativa a la violencia no puede partir de la pura especulación intelectual: se fundamenta en el deseo de conjurar un peligro colectivo, en un afán de supervivencia. La creencia en la virtud del diálogo a favor de la paz se basa en la idea de que los hombres pueden ser razonables controlando sus fanatismos. Pero su apetito de poder, su deseo de dominación escapa al poder de la razón. Llamar a los hombres a la razón cuando siguen decididos a matar es todavía una ilusión.

Sin embargo, Pacem in terris, el grito desesperado de Juan XXIII, vuelve hoy a resonar en el corazón de Roma, a través de las palabras de Francisco en el Coliseo: En el silencio de la oración, esta tarde, escuchamos el grito de paz: paz sofocada en tantas regiones del mundo, humillada por demasiada violencia, negada incluso a los niños y ancianos, que no se libran de la terrible dureza de la guerra…

Pese a todo ello, hoy Putin se ve a sí mismo como una “figura mesiánica” en connivencia con el Patriarca Kirill, líder de la ortodoxia rusa, subordinado al Estado. El problema radica en la obediencia a los dictados de los líderes… y millones han sido masacrados debido a esta “obediencia”. «Históricamente, las cosas más terribles resultaron no de la desobediencia, sino de la obediencia», como ha dicho el historiador Howard Zinn. Es hora de considerar que los medios presupuestarios dedicados al desarrollo de armamentos deberían llevar a los estados a desplegar sus esfuerzos para organizar la paz y desarraigar la pobreza tan globalizada en pleno siglo XXI.

¡Señores de las guerras, no malgasten ni un minuto más en sus mezquindades! Luchen porque la libertad, la justicia y el diálogo conformen el baluarte psicológico y moral contra la gangrena de la guerras y las muertes. ¡Por Dios, hagan callar el estruendo absurdo de las bombas, pues la humanidad no soporta más el precio de las guerras!

(Nota: Este artículo de Francisco Martínez Sánchez se publicó en la edicón impresa de IDEAL correspondiente al lunes, 7 de noviembre. pág. 24)

Francisco Martínez Sánchez

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