Juan Santaella: «Una gran profesora se nos ha ido»

Soñar que cuando un día esté durmiendo nuestra propia barca, en barcos nuevos seguirá nuestra bandera enarbolada”. Gabriel Celaya

El Claustro del Padre Suárez, sus alumnos, su familia y sus amigos nos reunimos la semana pasada para dar el último adiós a una persona entrañable, próxima y querida por todos: Mercedes Torres Guerri, catedrática de matemáticas, excelente profesora, compañera insuperable, y esposa y madre amantísima.

Mercedes nos vino de un pueblo de Ávila, hija del médico y de la maestra, y supo, desde la infancia, lo que era vivir para los demás, gracias a las profesiones de sus padres. No hay oficios más excelsos y privilegiados que el curar el dolor y la enfermedad; y el despertar, en otros seres, sueños, deseos e instrumentos para que elaboren su futuro, pues lo nuestro, como decía Machado, es “pasar, pasar haciendo caminos…”.

Como Santa Teresa, su paisana, traía de aquellas frías, duras y austeras tierras castellanas, un espíritu apasionado; y, como ella, era excepcional, inteligente, con personalidad, próxima, activa, inquieta y trabajadora, empática, flexible en sus criterios, con carisma y magnetismo personal…

Su inteligencia emocional y social, y su afán de servicio lo mantuvo siempre. En Madrid, donde estudiaba, conoció a Diego Gutiérrez, y se vinieron a Andalucía, donde fue feliz. Dio clases en el Instituto de Atarfe, y fue Jefe de Estudios en Churriana. Desde 1973 ejerció en el Padre Suárez hasta su jubilación en 2006. Fue Directora provisional (no fue definitiva, por dedicarle tiempo a su familia). Fue Secretaria, y, durante su mandato, informatizó el Instituto, y dio cursos de informática a los compañeros. En esa etapa propuso un himno para el centro que hoy se canta con orgullo.

En el 175 aniversario del Instituto, recibió la medalla conmemorativa, que la acreditaba como la mejor profesora de los últimos años. Mercedes se implicaba en todas las actividades del Suárez: participó en viajes de estudios; fue actriz en un grupo de teatro del Instituto; cantó en el coro del Suárez; organizó el 150 aniversario del centro… En los últimos tiempos, su gran pasión eran sus tres nietas, a las que adoraba. Además, tras su jubilación, se entregó de lleno al Teléfono de la Esperanza, donde daba ánimo, amor y vida a los que no encontraban salidas.

Mercedes nos ha dejado un hueco muy grande. Fue una enamorada de su profesión. Fuera de horario, por las tardes, iba al Instituto a dar clase de problemas a sus alumnos para prepararles la selectividad. Éstos fueron afortunados y no la olvidan. Recogemos algunos de sus testimonios: “Hizo fáciles las matemáticas”; ”se paraba a hablar con nosotras en el pasillo y siempre era muy cariñosa”; “si hubiera dado clase a más alumnos hoy habría más matemáticos, ingenieros y físicos”; “era una profesora excepcional”; “dejó un recuerdo imborrable”; “excelente en el aspecto académico y en el trato personal”…

Frente a la ética hedonista imperante, caracterizada por el disfrute, el consumo, el tener, el poder, y el olvido del otro; hoy, apenado por la muerte de una persona excepcional, compañera muy querida y profesora de tronío, reivindico, como lo hizo ella, el valor del esfuerzo, de la profesionalidad, del trabajo bien hecho, de la coherencia, del comportamiento ético, de la sonrisa permanente, y de la acogida y el cariño al otro.

(NOTA: Este artículo de Juan Santaella López se ha publicado en la edición impresa de IDEAL, correspondiente al jueves,  17 de noviembre de 2022, pág. 19)

 

 

 

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