Las ciudades subterráneas son abundantes en Capadocia y tienen un largo recorrido en la historia del hombre, desde el paleolítico hasta mediados del siglo XX cuando el gobierno prohibió vivir en ellas, un hecho que en muchos casos trajo la decadencia o ruina total de ese tipo de viviendas que me recordaban nuestro Sacromonte, Guadix o Purullena. Aquí en Capadocia encontramos casi un par de centenares de ciudades excavadas en la roca y sólo unas pocas son accesibles para el turismo, algunas de las agencias mayoristas españolas suelen incluir las de Özkonak, Serali o Kaymakli relativamente próximas entre sí.
En mi periplo la visitada fue la primera de ellas, se trata de una ciudad excavada en la roca de una ladera que da a un gran barranco, antaño fue el refugio de comunidades cristianas que lograron sobrevivir a los continuados ataques de árabes y sasánidas. Esas comunidades fueron desarrollando esa peculiar arquitectura que corre el riesgo de colapsar ante el progresivo abandono al que se ven sometidas. En unos casos fueron sencillos habitáculos que albergaban unas pocas familias, generalmente un mismo clan, en otros verdaderos “termiteros humanos” que alcanzaron varios miles de personas.
Özkonak está a una quincena de kilómetros de Avanos y, digamos es una ciudad en miniatura si la comparamos con Derinkuyu o Kaymakli; pero ante la gran cantidad de visitantes, los operadores distribuyen a la gente de acuerdo con el lugar en que están alojados, ésta era la más cercana a Urgup y, en caso de no tener la visita incluida, resultará fácil llegar a ella por transporte público o en taxi sin que el presupuesto se dispare.
Adentrarte en las profundidades de la Tierra me llevaba a la mítica novela de Verne que tanto me atrapó siendo niño en mi Alhama natal; meterte en la roca, tratar de imaginar las vidas de aquellas gentes y de qué manera solucionaron sobrevivir ante los peligros de los invasores, no dejaba lugar a dejar de lado muchas preguntas que no siempre tienen respuesta. Algunas de estas peculiares ciudades quedaban “selladas” con una gran rueda; en el caso de Özkonak esa puerta fue tallada y engarzada dentro de la misma roca u oquedad artificial, en otros casos se creen que tan peculiares puertas circulares fueron trabajadas en el exterior y después llevadas a su lugar definitivo sorteando intrincados laberintos y pendientes hasta “encajar” en el lugar en el que la gente acababa encerrada, cuando se daba esa posibilidad, “quedaban” enjaulados y, a pesar de los ingeniosos sistemas de ventilación, uno no concibe semejante refugio como algo seguro y sí algo más bien muy letal por la asfixia o la falta de alimentos si el emplazamiento era descubierto y sitiado por una larga temporada.
La ciudad subterránea de Özkonak fue descubierta por el almuecín [ya saben el que se encarga de realizar las llamadas a la oración varias veces al día y cuyos altavoces se dejan sentir a grandes distancias, reciente está la polémica de Colonia-Alemania donde les autorizaron a realizar esas llamadas] Latif Acar en 1972, cuando se encontraba trabajando en su pequeño huerto o jardín; encontró la puerta, la fue vaciando lentamente y adecentándola.
Después ese descubrimiento acabaría siendo de conocimiento general y no dejarían de llegar visitantes; al año siguiente el ayuntamiento había finalizado una limpieza integral y dejaba preparada la ciudad subterránea para ser visitada con unas mínimas garantías, el señor Acar dejaría de cuidarse de su ciudad subterránea en 1990 cuando, ante el inusitado crecimiento del número de visitantes el servicio oficial se hizo cargo de la misma y construyó una serie de edificios en la explanada para atender al turismo y pasó a depender de la Dirección General de Museos.
El “muecín” nos explicó cómo realizó el hallazgo y la sorpresa que tuvieron, al comprobar que la rueda o puerta de seguridad, se fabricó “in situ”. La pieza tiene una características nada desdeñables: media tonelada de peso, 60 centímetros de grosor y 1.70 metros de altura. El misterio es qué empleaban para “desbloquear” la entrada a ese refugio bajo la roca teniendo en cuenta que encaja y no es fácil menearse en su interior. Algunos tramos los tuve que realizar agachado. Allí es posible observar no sólo la vivienda, almacenes, establos, pozos, sistemas de ventilación e intrincados itinerarios para huir a las profundidades en caso de peligro manifiesto. Ese ingenioso trabajo de vaciado de las canteras fue posible gracias al tipo de roca, caliza y porosa, de la región, aunque ello no les libraba de unas terribles y extremas condiciones de vida, sobre todo en caso de un largo encierro.
Tras más de una hora de recorrido, salíamos a la superficie y estábamos ante las clásicas tiendas de recuerdos y otras chucherías, así que los minutos que quedaron los aproveché para tomar un buen té turco y comprar un librito de la Capadocia donde, hojeándolo, me encuentro con la historia de Latif y con el que estuve platicando sobre su vida, su descubrimiento y su trabajo.
La zona tiene un profundo barranco –a simple vista calculé unos cuarenta metros de caida- y varios kilómetros de recorrido. La Ciudad Subterránea está totalmente cercada pero en ese barranco se observan espacios que seguramente permiten acceder a ella por el acantilado. El tramo visitable está debidamente sellado y resulta imposible perderse en su interior, aunque no es recomendable para los que sufren de claustrofobia, la tenue luz de las bombillas facilita bastante bien ese paseo bajo la roca. En caso de andar por la región, merece la pena esa peculiar visita que no siempre está a nuestro alcance, las conexiones de dolmus o taxis colectivos son frecuentes entre Avanos y Özkonak.
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Maestro de Primaria, licenciado en Geografía
y estudios de doctorado en Historia de América.
Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas
del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio internacionales.