El Cortijo del Cura al fondo

Leandro García Casanova: «Recuerdos de la infancia»

Mi esposa y yo pasamos los días 9 y 10 de septiembre de 2019, con mi primo Manolo y su esposa Mari, en Galera y en el Cortijo del Cura. El primer día, pasadas las 19 horas, me subí al cerro de la cueva de Manolo para ver el paisaje. Al Sur se ven las luces de Castilléjar y, más allá, a la derecha, el inmenso Cerro de Jabalcón, que se asienta perezosamente sobre el Altiplano; en medio, se distinguen las pequeñas luces rojas de las torres, de los molinos de viento.

La ciudad de Baza no se ve porque está más abajo. Al Este, aparece en perspectiva la cadena de cerros que forman los Barrancos, que se extienden hasta Benamaurel y El Margen, y enfrente se encuentra el Cerro del Águila. Al Oeste se alzan los montes de la Sierra de Castril y, hacia el Norte, la montaña rojiza de Marmolance y la montaña de la Sagra, que se alza majestuosa dominando el Altiplano. La carretera de Huéscar a Benamaurel cruza el Cortijo del Cura (la antigua carretera de tierra pasaba por la Cuesta de las Yeseras, famosa por sus curvas cerradas y peligrosas) y los vehículos se ven venir a lo lejos, en ambas direcciones. Al otro lado de la carretera, se encuentra lo que queda de la vega, apenas cultivada por los cerca de diez habitantes de el Cortijo del Cura. Hacia el Noreste, en dirección a Galera, se ve a lo lejos el Cortijo de San José, que tiene dos habitaciones agujeradas en la planta de arriba. El histórico cortijo, que en el siglo XIX levantara el cura que le dio nombre a la aldea, José Sánchez del Barco y Barnés, se está derrumbando. Un poco más allá se encuentran las cuevas de la Eugenia y de mis abuelos, excavadas en mitad de los cerros, en el Camino del Río de Castilléjar. Así son estos parajes tan hermosos que contemplo, desde este mirador tan privilegiado.

El Cortijo del Cura desde la Cueva de los abuelos::L.G.C.

El 25 de septiembre de ese año, hizo cien años que nació mi padre y este es el paisaje que él vio en su infancia, pues apenas ha cambiado. En 1919, la aldea tendría unos 400 habitantes, la epidemia de la ‘Gripe Española’ hacía estragos en Europa y en todo el mundo, y un año antes había terminado la Gran Guerra, que más tarde bautizarían como la I Guerra Mundial, mientras que la Revolución Rusa, llevada a cabo por los bolcheviques, había triunfado en 1917. Pensar todo esto me daba vértigo: En esta aldea se crió mi padre y, como era el primer nieto, iba al Cortijo de San José a ver a su abuelo Leandro, un hombre bueno y querido. La cueva de mi primo, junto a la de su hermano, fueron las primeras cuevas que compró y años más tarde los cortijeños solían hacer aquí los bailes. Encima de aquel cerro, donde titilan las luces, está asentada Castilléjar, allí me crié y correteé. El caso es que sentía una sensación agradable al contemplar aquellas vistas a la vez que recordaba el pasado.

En Galera saludé a Ángel García, el fragüero, hacía años que no lo veía, nuestros abuelos eran primos, me recordó alguna vez. También saludé a Pilar Guijarro, la maestra, no la veía desde 2010, que coincidimos en la boda de la hija de mi primo Manolo. Pilar se acordaba de cuando ambos íbamos a la escuela en Castilléjar. Pilar Sánchez es del barrio de la Cruz, de Castilléjar, vende telas en los mercadillos y me habla del reparto de cartas que hacía mi padre Leandro por las tardes, a eso de las siete: Fulano de tal, dámela que yo se la llevo… Allí se congregaba mucha gente, en espera de noticias de los centenares de emigrantes que habían tenido que marcharse por la miseria. Ya no es que recogiera cartas de algunos vecinos, es que luego tenía yo que contestarlas porque no sabían escribir, me dice Pilar. El 10 de septiembre nos pasamos por el mercadillo de el Jueves, de Huéscar, de frutas y de telas, que nada tiene que envidiar a los de las comarcas vecinas. Viene mucha gente a comprar de los pueblos cercanos y da gusto recorrerlo, desde la plaza de Santa Adela a la Plaza Mayor, aunque luego te cruzas con conocidos varias veces. Me encontré con cinco o seis paisanos de Castilléjar, allí venden de todo y es un espectáculo. Antiguamente, los hombres venían y compraban sus buenos trozos de tocino y se los llevaban a la mujer, para que hiciera sus buenas ollas y caldos para la tropa. También compraban tripas de manteca para untarla en el pan, en la merienda de los críos. Todavía no se había inventado el colesterol. Al mercadillo venían a vender campesinos de Castilléjar, Galera, Orce y el Cortijo del Cura, montados en las caballerías, y solían poner la fruta del tiempo en el suelo o en las espuertas, a la vista de los compradores.

Castilléjar, desde los Barrancos ::L.G.C.

El 13 de octubre nos pasamos por Castilléjar, a la misa de la patrona, la Virgen del Rosario, donde tomé unas fotos para el recuerdo. Uno se siente feliz al visitar los lugares de la infancia y de la juventud, que traen recuerdos lejanos, a la vez que saludamos a los conocidos, aunque a la mayoría de la gente ya no la conoces. Son muchos años fuera y la vida ha seguido su curso.

 

 

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