Un pueblecito enclavado al sur, a pocos kilómetros de la carretera de Urgup y al que regresaría en varias ocasiones porque era el lugar escogido para la comida, siempre restaurantes diferentes, siempre comida y trato de primera y lugares que ni te imaginas puedan existir cuando pasas por delante de ellos en tus recorridos por ese mítico y mágico valle.
Desde uno de esos restaurantes, al borde del acantilado, la perspectiva de Ortahisar se asemeja a un gigantesco colmenar o a una montaña donde sólo nos faltan Los Pitufos o duendecillos de aquellos famosos dibujos animados de hace décadas.
Aquí descubriría algo que venía observando en algunas “montañitas” de las que sobresalían unos tubos que nosotros empleamos para el desagüe y allí “cantaban” en los suelos de aquellos terrenos calizos pero en posición vertical –aproximadamente un metro desde el suelo- se encontraban en algunos terrenos baldíos aunque, curiosamente, también veía una puerta…
Tras indagar unos minutos entre los lugareños, finalmente me aclararon lo que eran esas “cosas extrañas” que veía desde la carretera; señor son los respiraderos naturales de los almacenes de fruta excavados en el subsuelo y que conservan, bajo la montaña, los frutos de la tierra.
Digamos que millones de toneladas de todo tipo, esencialmente limones, duermen allí hasta que es el momento de sacarlos al mercado, se conservan como si estuvieran en una cámara frigorífica pero esta no cuesta un centavo gracias a ese ambiente natural de las cuevas subterráneas que están acondicionadas para acoger el fruto de la tierra mientras se van sacando de acuerdo con las demandas del mercado. Digamos que esos almacenes los construyeron inicialmente los cristianos, o sea, se trata de conocimiento acumulado durante varios siglos, aunque es lógico pensar que los modernos sólo tienen una referencia de aquellos pretéritos tiempos y que, hoy, están mucho mejor acondicionados y gestionados para que esos productos lleguen en buenas condiciones de consumo hasta el más recóndito lugar del orbe.
Esta pequeña población es también un importante centro de producción vinícola, aunque, si juzgamos por los establecimientos que existen a pie de carretera, en realidad el producto estrella es ya la explotación turística; apenas había gente en los campos, trabajar en ellos, con esas elevadas temperaturas estivales, era una temeridad. Por aquí y por allá relucían centenares de calabazas que sirven para elaborar manjares que allí, dicen, son delicias turcas. Al dulzor de la hortaliza, sólo le faltaba convertirlo en dulce mediante recetas ancestrales que no te dejan indiferente, lamentablemente la edad no permite grandes diversiones con los dulces, un pelín y un placer más en una tierra realmente rica en postres.
Algunos industriosos se han puesto las pilas y ofrecen servicios que satisfacen al viajero más exigente que, incluso, puede establecer su base de operaciones en esta ubicación; aunque la mayoría de las agencias mayoristas optan por alojar al turismo extranjero en Urgup. Seguramente la explicación esté en que los establecimientos hoteleros de la zona tienen pocas habitaciones y “menear” grupos en varios hoteles suele complicar la logística y crear problemas de intendencia a cualquier agencia.
La distancia de Urgup a Ortahisar apenas es de cinco kilómetros y los dolmus [taxis colectivos, generalmente con ruta fija, muy económicos] hacen el trayecto cada media hora, tienen paradas fijas, pero hablando con los conductores, uno se puede bajar en otras zonas sin ningún problema, no son tan rígidos como en España donde la parada oficial es la que se tiene en cuenta. El coste de estos trayectos apenas es el de una bolsa de pipas de tiempos de mi infancia, hoy equivaldría a unos veinte céntimos de euro o un par de liras turcas. Tengo que señalar que las devaluaciones que está sufriendo la moneda turca igual hace que esa apreciación se quede corta, por aquí ya no es tan fácil vivir en euros, pero en los muchos lugares de turistas no habrá problema para pagar en nuestra moneda cualquiera de las cosas que nos encaprichemos, incluidos los kilin [especie de mantas o tapetes, generalmente rectangulares, preciosos, algunos exclusivos de la zona e ideales para pequeños regalos] para adornar nuestras viviendas, esencialmente pasillos aunque tampoco quedan mal colgados en las paredes. Recuerden siempre: hay que regatear, algo consustancial al mundo de los negocios, allá, parece como si no discutir el precio sea de maleducados, cuando es toda una filosofía: las dos partes tratan de llevarse el gato al agua y cuando el vendedor ya se planta es cuando hemos llegado a ese precio, o sea al no retorno: lo pagas o te largas.
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Maestro de Primaria, licenciado en Geografía
y estudios de doctorado en Historia de América.
Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas
del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio internacionales.