¿Pero haces? Esta es la pregunta a la que nos estamos enfrentando a diario –tanto personal como colectivamente–. Y ella se repite, constantemente, al paso de los años en voz y gestos de la ciudadanía hacia los distintos responsables de casi todas las instituciones que me son conocidas.
Os lo requería –me lo requería– tiempo atrás –“Se está erre que erre todo el día” (Francisco Gómez de Quevedo y Villegas)– y ahora lo reitero: ¿Lo por realizar? ¿Las promesas por cumplir? ¿Las ilusiones de futuro?
Sobre estas, salvo algunas pocas palabras altisonantes y generalistas, nadie ha considerado necesario incluir un párrafo en discurso alguno. Quizá por falta de conocimientos esotéricos o, mucho más seguro, por inseguridad de la rapidez en los tiempos de cambio que estamos viviendo.
Veo –sin necesidad de bola de cristal alguna– un enroque peligroso en ideas y gestos que ya tiempo atrás fueron descartados por nuestros más preclaros intelectuales y políticos.
Perder una oportunidad no es perder la vida, siempre y cuando se siga adelante con las misiones que a cada uno nos han sido encomendadas.
En lugar de empeñarnos en el “quejío”, el “cantuñeo” o el “farfulleo”, al modo y manera de cómo entona la voz el cantaor de flamenco, estando ciertos en que hay que recurrir las cacicadas –cueste lo que cueste–, son otros los conceptos a los que valdría la pena dedicar mucho más tiempo y esfuerzo: por ejemplo, el derecho inalienable a lo posible, a la presunción de inocencia, a la educación no dirigida, al desarrollo integral de la persona… Una tierra que quiere ser abierta y consecuente con su historia y patrimonio, Andalucía –sólo hay una–, y, por tanto, Granada, no se puede conformar con pactos de intereses personales o con explicaciones cercanas al “dogma divino”.
Y si a ella, a nuestra tierra, se lo impiden por decreto, ¿cómo podemos seguir aguantando gentes cuya pretensión sea que todos «comulguemos con ruedas de molino»?
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de
Ramón Burgos
Periodista