Acabo de leer (“Micromachismo, mamitis, conspiranoico o puntocom…”, Miguel Lorenci, Ideal) que la Real Academia Española, en la edición digital de su Diccionario, ha publicado 280 nuevas voces y más de 3.152 revisiones y acepciones.
Y algunas de ellas –lo confieso– han levantado mi curiosidad no sólo por su “acercamiento” al lenguaje coloquial de la actualidad, sino también por su “rescate” de lo que algunos dábamos por sentado –acertado– al escribir o dialogar.
Así, me he fijado, entre otras muchas, en la palabra “copiota” («copión»), pues me ha hecho reflexionar sobre las mil y una formas de aplicarla a tantas de las situaciones diarias que estamos viviendo en estos últimos tiempos.
Y mi recuerdo más patente al respecto –muchos años atrás– ha sido el de un alcalde que se enfrentó a su partido por anteponer los intereses legítimos de la ciudad que gobernaba a las directrices emanadas desde la cúpula mandataria; lo que le costó el cargo y la ignominia de la mayoría de los que habían sido sus palmeros… No puedo olvidar que fuimos tan sólo dos personas las que le acompañamos en aquella noche de tristeza.
Pues bien, y a lo que vamos: en este –y en otros casos– no puedo sino alabar la virtud de quien, por encima de instrucciones partidarias, arriesga honor y prebendas en defensa de la justicia comunitaria, sin importarle lo que, seguramente, le fuese a suceder –y le sucedió–.
A mí tampoco –como le pasó al antes citado– me incomodaría que, así, me llamasen copión (u otras muchas “lindezas”)… La defensa a ultranza de los derechos ciudadanos no admite las medias tintas ni las largas cambiadas. Lo contrario es propio de depredadores omnímodos.
Así, me permito mantener que, para las misiones que a cada uno nos han sido encomendadas, sólo hay un camino que está muy lejano a la ligereza y la falta de meditación: el de la verdad, sin embustes ni fábulas.
Leer más artículos
de
Ramón Burgos
Periodista