Queridas letras:
Hoy desperté bajo una lluvia de recuerdos guardados en el desván de la memoria; quise moldearlos como arcilla en las manos, pero solo alcancé a hacer un ramillete de colores plasmados en imágenes. Recurro una vez más a vosotras, en pos de este romance en versos tan íntimo que mantenemos pues sois a quiénes, únicamente, abro mi corazón.
Ambas sabemos que las palabras lo dicen todo o no dicen nada; que a veces perduran toda la eternidad, otras solo un tiempo, y otras tantas se disuelven en el mismo instante en el que nacen. Su valor puede llegar a ser incalculable o quedar reducido a retazos de tinta en papel mojado, o a roetes de errores en papeleras y suelos.
¿Dónde nacen las palabras?, ¿en el corazón de los pensamientos?, ¿en el impulso de un corazón dolido o alegre?, ¿tal vez de una intención consciente? Doy por cierto que desde su nacimiento y como viajeras en el tiempo, emprenden una travesía con desconocido desenlace.
¿Cómo son las palabras? En ocasiones, dolorosas como la desolación, y en otras resultan livianas como una carcajada; muchas veces vagan perdidas en el tiempo y, en otras tantas son halladas para ser leídas, oídas, admiradas o rechazadas; desprenden poderes curativos, pero también provocan profundas heridas. Tienen la capacidad de volar abrazadas por la tinta que las creó, convertirse en el mensaje de una botella en el mar, jugar al escondite con sus amigos los libros, guardar secretos o gritarlos al viento sin más techo que el cielo. Si se cierran los ojos, las palabras pueden oler a bizcocho recién salido del horno, a mañanas de verano dibujando olas, y a tardes de otoño cuando las hojas, estas sin letras, caen. Desde las más pequeñas a las más grandes, son balbuceadas entre risas o llantos infantiles y adultos.
Estáis de acuerdo conmigo ¿verdad?
Su alma camaleónica las hace parte de la realidad en la que se les ha concedido vida, aunque reconozco que son ellas las que me la han dado a mí en momentos desalentadores; por ello puedo deciros que en decenas de ocasiones os habéis erigido como mis salvadoras, hilando vuestras esencias para encontrar las más sanadoras para mis aflicciones.
¿Me pregunto si los sentimientos crean palabras? Creo que coincidiréis conmigo que así es, siempre que ellos quieran ser expresados. En caso contrario, deduzco que prefieren guardar silencio en el cofre de los recuerdos bonitos, en el del olvido, en el de los amores perdidos o ganados, o en el que se deja abierto para que se escapen cuando quieran.
REFLEXIÓN
El poder de la palabra es enorme, como hemos podido leer. Por ello, quiero referirme al refranero español como depositario de esta enseñanza y dejar que sea el eco de su voz la que guíe la nuestra.
.- Las palabras se las lleva el viento.
.- Más apaga buena palabra que caldera de agua.
.- No hay palabra mal dicha si no fuese mal entendida.
.- Más vale una palabra a tiempo que cien a destiempo.
.- Sabio es quien poco habla y mucho calla,
.- Palabras y plumas el viento las tumba.
.- A palabras necias oídos sordos.
.- En boca cerrada no entran moscas.
.- Hablando se entiende la gente.
.- El que callar no puede, hablar no sabe.
Nesilea Roca
Licenciada en Derecho
Narradora de Letras y Emociones
Reseñadora de Cuentos
Colaboradora en Revista Literaria Freibrújula