Francisco Porcel Barrales: «La lotería de la vida»

Puede que no suelas paladear el sabor de la luz de una puesta de sol, pero basta que se interponga un obstáculo que te impida poder disfrutar de esa ceremonia, que ese impedimento te creará la necesidad imperiosa de querer ser un espectador en primera fila. En el coágulo de sangre que se ha creado de la hostia que te ha causado cualquier limitación, germina el deseo que bulle en ese estado de resignación que pasearás como un abrigo mojado. Será la causa principal que te aparte de tu forma habitual de vida, de algún hobby, de esa ilusión que tenías en mente para realizar. Tu nueva situación, te lo pone difícil pero no imposible. Y es aquí donde aparece la opción de arrancar los motores para comenzar el nuevo reto. Es muy fácil caer en el estado de letargo y dejar que los brazos arrastren por el suelo.

Lo digo por experiencia propia, por mi parálisis facial a la hora de cantar, que aunque no sea algo determinante, al principio me había coartado para seguir haciéndolo. Por eso al menos debemos darnos la oportunidad de intentarlo, de sacar a flote la bendita imaginación y el coraje que nos permita disfrutar de lo que parece estar perdido. Casos de superación como el de el batería del grupo de rock Deef Leppard que siguió tocando la batería a pesar de la amputación de un brazo, Nick Vujicic el hombre sin extremidades que protagoniza uno de los mejores cortometrajes que te puedas echar a la cara: El circo de las mariposas. La mente de Stephen Hawking es la que probablemente más lejos haya llegado a pesar de sufrir esa inmovilidad que lo mantuvo gran parte de su vida postrado en una silla, Oscar Pistorius, el corredor sin piernas y un sinfín de casos que son dignos de admiración. Por eso recuerda que a veces un impedimento puede ser tu trampolín, aunque te pite el oído de los continuos sartenazos que te está propinando la dificultad. Esa palabra que, jugando con sus letras, contiene y podemos crear, como en un tablero del juego scrable y con las piezas que podemos formar sin esfuerzo, su palabra antónima: fácil. Pero no queramos engañarnos, el proceso de asimilación y adaptación es arduo y escabroso. Inevitablemente hay que sufrir esa herida, dejarla reposar y que cicatrice. La cicatriz, la amputación, la parálisis… se convertirá en el filtro por donde se amplifica cualquier emoción. Suministrándote el alimento necesario que nutra tu estado inconsciente o espiritual, para tener otro concepto de tu mundo que evite el sufrimiento y te lleve a límites insospechados.

Aparecerá un adversario, con el que quizás hayas tenido solo pequeñas rencillas, pero ahora aparecerá, ese guerrero más preparado, armado hasta los ojos, con ganas de dejarte tirado en el suelo algo más que derrotado. Ese único rival eres tú. Al que en primer lugar tendrás que aceptar y seguidamente, con la inteligencia emocional que irás desarrollando, habrá que ir negociando con él tus próximos proyectos. Brotarán las excusas, te acribillarán las dudas, la autoestima se irá derritiendo como nieve en primavera. Transforma esa rabia que te corroe a causa de la mierda que chorrea por todo tu ser, la que te ha tocado en esa lotería de la vida que sin haber apostado, a veces el destino nos reserva el boleto ganador. Y en el momento adecuado que solo intuyes tú, tendrás la opción de convertir esa rabia en el impulso para permitirte vivir feliz, o al menos alcanzar el descanso de una vida sin sufrimiento.

(NOTA: Este artículo se publicó en la edición impresa de IDEAL correspondiente al sábado, 4 de febrero, pág. 17)

 

 

Francisco Porcel

Barrales

 

 

 

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