El otro templo está dedicado a Hathor, construido para la diosa, se levantó para homenajear a su esposa favorita, o sea: Nefertari; hecho que queda reflejado en la sala hipóstila, donde contemplamos cómo Ramsés derrotaba a sus enemigos, escena que contempla la esposa y, en ese santuario encontramos la estatua de Hathor que tiene forma de vaca, este templo que es algo menor, tiene seis colosos de dimensiones algo menos grandiosas aunque no dejan de ser impresionantes para el común de los mortales.
En ambos casos los colosos parecen gigantescos vigilantes, guardianes de la piedra que hoy contemplamos gracias a los esfuerzos de la UNESCO que fue la que lanzó la campaña mundial para recaudar fondos y evitar que estas bellezas quedaran sumergidas para siempre. Ese titánico trabajo de preservación para la humanidad, lo harían centenares de trabajadores que prácticamente dedicaron una década para reinstalarlos en esta colina a la orilla misma del Lago.
Lástima que el tiempo de visita –que no el precio de la entrada- es limitado así que hay que contemplarlos, memorizarlos y disfrutarlos para una vez que regresas a casa poder exclamar, a pesar del tute, mereció la pena, ahora toca disfrutar del lugar mediante las nuevas tecnologías que, digámoslo, han creado verdaderas maravillas del legado de los faraones que tienes en casa a un simple clic. Centenares de capítulos copiados por viajeros de todo el orbe permitirán, a los curiosos, conocer con profusión de detalles aquellas faraónicas obras levantadas hace varios milenios.
Abu Simbel fue el corazón de Nubia, aquí Ramsés construyó lo que se considera la obra maestra de su reinado y, a pesar de ser una reconstrucción [una década llevó su reubicación desde 1963 a 1972 con casi un millar de trabajadores en cada jornada] no dejará de impactar al viajero y, sin embargo, no son los únicos restos de aquella cultura en esta alejada región ya prácticamente en el África Negra –el lago limita con Sudán y a un centenar de kilómetros, también está la frontera Libia- a esos confines llegan diariamente cientos de camiones para pasar con el ferry hasta territorio sudanés y llevar las correspondientes mercancías, el comercio que no cesa, aunque los camellos sean hoy una atracción turística más que da de comer, precisamente, a los menos afortunados del circuito que explota los incontables yacimientos arqueológicos que te hacen exclamar: ¡Qué maravilla!.
Ramsés, en fin, es ese coloso hierático, pero triunfante, que aparece en el frontis de la mole de piedra. Simboliza que nadie podrá discutir su soberanía, la uraeus [serpiente protectora que suele llevar el faraón y las divinidades en su frente]; se yergue contra los enemigos, tiene como objetivo aniquilar a todos los adversarios de la armonía de las fuerzas ocultas o mundo de las tinieblas y, realmente, él logró someterlos, incluso al belicoso y otrora indestructible pueblo nubio.
Restos de eso orgulloso pueblo aún pueden contemplarse en la región, en la orilla del río, frente a Asuán, hay un poblado que suele ofrecerse como visita opcional al visitante, pero se puede ir por libre contratando la lanchita correspondiente, hay para dar y tomar, así que no será difícil hacer esa escapada, remilgados y gente con tacones que de todo nos encontramos, abstenerse. Por supuesto, si no tienes buenos remos, no es un paseo fácil, conviene llevarse bañador para disfrutar de un placentero momento en las aguas del Nilo, hay un recodo que es prácticamente desierto: no hay ni una sombra en ese trozo por donde acampan los camellos para pasear a los que desean estrenarse en ese milenario animal de carga y resistencia.
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Maestro de Primaria, licenciado en Geografía
y estudios de doctorado en Historia de América.
Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas
del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio internacionales.