No salgo de mi asombro –yo que creía que ya estaba curado de espantos (“El «espanto» es una enfermedad consistente en perder el alma debido a un gran susto o impresión, y que puede provocar la muerte”, elcartapaciodegollum.com)–… Pero está visto que no hay nada más que estar vivo como para que el pasmo se apropie de nuestra existencia.
El suceso que me ha afectado –y sobre el que reflexiono– tiene, una vez más, relación con los “inventos políticos”, por llamarlos de alguna forma, que están floreciendo aunque aún no haya llegado la primavera: presentaciones de candidaturas y ruedas de prensa en mitad de la calle eligiendo lugares significativos que nada, o poco, tienen que ver con los presentes; “autoinvitaciones” a actos de todo tipo a los que nunca habían asistido; cariñosos saludos a diestro y siniestro aunque confundan el nombre del receptor; y mil y una “formas” más de “hacer la pelota” –como se dice en mi pueblo–.
¿Qué me parece bien y qué me parece mal? Pues lo bueno es que, los de a pie, tenemos la oportunidad, aunque sea brevemente, de decirles lo que el corazón y la razón nos dictan –aunque ya se encargarán los adláteres de “intervenir a tiempo” (a “destiempo”, diría yo)–. Lo malo, es la sensación de la no escucha de cualquiera de nuestros parlamentos por muy breves y directos que sean.
A tenor de lo antedicho, entenderéis –yo, el primero– que la edad, y por tanto la experiencia adquirida, venga ahora a hacerme caer en la tentación de recapitular y exponer públicamente algunos de los hechos de estos personajes locales en los que, y con los que, directa o indirectamente, me he hallado involucrado, aunque, eso sí, siempre he estado seguro que lo guardado en mi caja de recuerdos sólo tendría que ver la “luz de los hombres y las mujeres de honor”, pues sé que a todos y a cada uno nos llega el momento de mostrarnos, sin “fachada alguna”, a los taquígrafos impenitentes de la existencia.
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de
Ramón Burgos
Periodista