Lo contaba Eva Velázquez en la red, con motivo de una cesión de asiento en el Metro y la diferente actuación –entendimiento de la misma– por parte de un señor y su joven acompañante: «No hijo, a este gesto no se le llama obra de caridad sino educación (…). Como decía mi madre… «Me comen los demonios» de impotencia cuando veo algo así. Al final acabaré con úlcera de estómago de tanto callarme».
Valga lo reproducido para mantener, una vez más, que ya pasó el tiempo de guardar silencio, de abstenerse, de taparse la boca; ¡todo lo contrario!: es llegado el momento de atestiguar el rol de cada uno de nosotros; sin alharacas ni aspavientos impropios de seres civilizados, pero con la razón de la libertad y la justicia social como armas de presente y futuro.
Vuelvo a mantener que ni en política, ni en cualquier otra opción de vida, el silencio miedoso es buen consejero. Afortunadamente somos seres sociales que necesitamos de los demás para el desarrollo de un futuro común, donde la convivencia, en orden y paz, sea una de nuestras metas prioritarias.
Es cierto que hay que abrir puertas y ventanas para que el aire puro ventile las torres ficticiamente creadas por intereses partidistas y/o económicos. Como también es cierto que hay que hacerlo respetando lo positivo de esas alcobas.
Ya no vale recurrir a lo “mal adquirido”. En este caso no hay herencias –ni buenas, ni malas–, hay etapas sobre las que trabajar y mejorar. Necesitamos, más que nunca, muestras tangibles de verdaderos avances en la bondad del diario vivir: lo cercano es prioritario.
Hemos de acabar con la lacra de la violencia –tenga el cariz que tenga–; con la pobreza real que padecen bastantes de nuestros compatriotas; con la discriminación laboral; con el dirigismo en la educación y en la cultura; con la diferenciación entre unas ciudades y otras; con un largo etcétera de esclavitudes impuestas.
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de
Ramón Burgos
Periodista