Se trata de la más grande de todas las islas en esta populosa urbe del Alto Egipto, anclada en el Nilo, es conocida desde tiempos remotos como YEBU (Elefante) y pasa por ser el lugar del primer asentamiento humano de Asuán.
Hay varias versiones para justificar el topónimo, nosotros simplemente lo teníamos memorizado por su bello manto verde y, curiosamente, cuando la lancha de la empresa nos recogía en la ribera del Nilo para llevarnos a nuestro alojamiento en la isla, una serie de formaciones rocosas nos dieron la clave para justiciar ese nombre, no es que haya elefantes, sino que grandes rocas fueron arrastradas hasta esa parte del río y, a lo lejos, simplemente, se parecen a los gigantescos paquidermos. ¡Curiosidades de la naturaleza y la erosión fluvial que confirieron esta sorprendente forma!
Si profundizamos en su historia, ésta nos llevará hasta la antigüedad cuando se instauró aquí el culto al dios carnero Khnum que aquellos pueblos tenían como el creador de las crecidas del río, queda prácticamente frente al embarcadero de Sharia Qas El-Haggar, cualquier lanchita te lo cruza por unas pocas libras [en mi viaje por un euro recibías 20 Libras egipcias, al menos ese era el cambio informal y callejero, ya se sabe, cambios para comprar agua, recuerdos, etc., no rechazaban las monedas, rápidamente cuando tenían 5 piezas de un euro te asaltaban para que se las cambiaras por un billete que sí es cambiable en el circuito de la moneda extranjera] y nada más bajarnos en esa otra orilla de la isla ya casi estamos en el Museo de Asuán.
El Templo fue levantado por Nectánebo en el IV a.C., una curiosidad, que te explican con todo lujo de detalles es la puerta añadida en el siglo I mostrando un relieve en el que aparece Ptolomeo XI adorando precisamente al dios Khnum.
Otra cosa interesante de la islita es el denominado Kilómetro, sería un ingenioso sistema que desde la antigüedad permitió saber el nivel de las aguas, esas señales permiten obtener los datos hasta prácticamente el XX cuando las aguas dejaron de fluir libremente. El ingenioso sistema permitía controlar las crecidas y establecer los parámetros para la agricultura a lo largo del río de la vida, una franja que suele tener por algunos lados unos cuarenta kilómetros de fértil y cultivada tierra: un vergel en toda la cuenca capitalina y alejandrina que da al Mediterráneo, aunque las aportaciones del fertilizador limo hayan quedado “atrapadas” por las presas levantadas, precisamente, en Asuán.
En ella encontramos dos pequeñas aldeas nubias, la necrópolis grecorromana de los Carneros Sagrados –hay lanchitas que te dejan en la escalinata que servía para subir desde el lecho fluvial-, el Tempo dedicado a Satet erigido por la reina Hatshepsut, posiblemente una de las féminas más inteligentes de la historia y, si hacemos caso a los vestigios llegados hasta hoy, una de las mujeres más hermosas de todos los tiempos [no hay que dejar de visitar su templo en Tebas, generalmente esa visita se hace conjunta con la de las tumbas del Valle de los Reyes] pero, al ser un yacimiento arqueológico en exploración hay zonas vedadas al viajero que se pierde por esta parte de la isla.
Los frondosos jardines crean una sensación de paz difícil de encontrar al otro lado del río. Si hay tiempo un buen lugar para extasiarse es la minúscula isla de Kitchener que prácticamente es un inmenso jardín que el general británico [del que tomó el nombre] fue plantando desde que la recibiera en 1890, un regalo por las victorias que logró frente a Sudán, generalmente se pasa entre ambas, al menos en nuestro caso, coincidía el día que paseamos en faluca y la visita a los coloridos pueblos nubios aguas arriba. Aún conservan muchas de sus ancestrales costumbres. En ese mismo paseo se divisa el Mausoleo del Aga Khan [era el edifico que casi tenía frente a la habitación del Hotel] y, algo más allá, las ruinas del Monasterio de San Simeón que fue destruido por el ejército de Saladito en el siglo XII. Por lo visto estos monjes fueron los que curaron al Aga Khan y de ahí que decidiera construirse tan peculiar nido y que destaca, por su soledad, en el altozano.
En esa zona hay un caminito por el que se puede llegar hasta las Tumbas de los Nobles pero, teniendo en cuenta las altas temperaturas en la región, lo mejor es tomar la lancha que hay en los jardines de la orilla cercana a la Estación del tren, muy cerca del Zoco y la Estación de Autobuses. Nuestro programa y el tute que nos dieron no hizo posible pasearse por esas tumbas del Imperio Antiguo y Medio que prácticamente quedan para el turismo local.
Los dos días que estuvimos anclados en el Hotel Isis Island apenas dieron tiempo pare recorrerla en profundidad y quedarnos con la sensación de estar en el paraíso: sin vehículos, sin niños, sin apenas gente, hace que tengas una remota idea de los que es el Edén, lástima que el hotel estuviera a medio gas, pero su comedor con un amplio ventanal al río, realmente un lujo que no siempre tienes a tu alcance y, además, sin los molestos chamarileros que tratan de sobrevivir colocándote su quincallería. Si se hubiera cumplido el programa del crucero, este oasis no habríamos tenido oportunidad de disfrutarlo.
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Maestro de Primaria, licenciado en Geografía
y estudios de doctorado en Historia de América.
Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas
del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio internacionales.