Homenaje a Alfonso Centeno Gómez, director del IES Miguel de Cervantes durante dos décadas

En 1939 Freud se va de Viena huyendo de los nazis y termina instalándose en Londres. En una entrevista, un periodista le preguntó qué era para él una persona equilibrada, madura y sana mentalmente. Freud le respondió que una persona que ama y trabaja.

Las personas pasamos un tercio de nuestra vida durmiendo, otro tercio trabajando y el otro tercio intentando combinar el sobrevivir cotidiano con la satisfacción de nuestras necesidades materiales y afectivas. El trabajo es un elemento esencial de nuestra biografía. Y el trabajo es también, como el amor, un terreno habitualmente complejo porque, con frecuencia, en él nos sentimos extraños y sometidos a determinaciones de todo tipo: las propias condiciones de cada trabajo, las relaciones con los demás y la dependencia y subordinación que implican las relaciones laborales. La enseñanza es, como muchos otros, un trabajo nada fácil. Es un teatro vital intensivo donde muchos seres humanos, en un espacio delimitado, conjugan la convivencia con las probabilidades al alza de fricción. En ese espacio de convivencia se ponen en juego nuestros equilibrios personales. Cuando resisten nos producen bienestar y, en caso contrario, nos producen sufrimiento, tanto a profesorado como a alumnado, cada grupo tiene su experiencia correspondiente. El trabajo es un tiempo de no pertenencia a uno mismo. Están reguladas tus condiciones de actuación y es creciente la toxicidad de la burocracia y los conflictos con los otros. Uno de sus condicionantes es que existen unas relaciones de dependencia, jerárquicas, que pueden ser un elemento más de fricción. Es por eso que en la enseñanza, en un instituto, la figura del director cobra mucha importancia. Si un director no ejerce sus funciones ese pequeño mundo de seres humanos se vuelve caótico, y en el caos, en esa “microselva”, prospera lo peor, entre alumnado y entre profesorado, por lo que un director no puede abstenerse de actuar. Pero puede surgir otro problema: que su forma de actuar asfixie el hábitat en el que tiene que incidir.

Alfonso Centeno, a la entrada del IES Miguel de Cervantes

No es fácil ser director de un centro educativo. Todos aspiramos a dejar huella y a conseguir una biografía ungida por la excelencia, pero si eres el director de un centro tienes que tener cuidado de no hacerlo utilizando el material humano cercano como si fueran los ladrillos para construir tus ensueños o la misión singular que te has propuesto. Todo esto es lo que no ha hecho Alfonso Centeno Gómez, nuestro director, durante veinte años en el IES Miguel de Cervantes de Granada.

Alfonso cuando se hizo cargo de la dirección venía con su ego y sus fobias tratados, o simplemente los dejó en casa o, quizás, nunca tuvo que resolver esas cuestiones. Nunca lo supimos y nunca lo sabremos, porque tampoco habla mucho de sí mismo. Alfonso tomó otras herramientas para llevar a cabo su función. Tomó la sensatez y el sentido común como instrumentos, o tal vez los traía de fábrica y se puso a hacer su tarea como un hombre tranquilo que escuchaba, decidía y resolvía los asuntos que tenía que resolver. Los profesores sólo teníamos que hacer nuestro trabajo: trabajar en el aula o fuera de ella. Entonces simplemente no notabas que había director. Las condiciones de trabajo cotidiano se establecieron con un bienestar básico, pero esencial, en el que no había estridencias ni tensiones. Venir a trabajar podía convertirse en un placer si te estimulaba la tarea: no defraudar a “tu público” ningún día de la semana. Ese bienestar básico propiciaba buenas relaciones de convivencia, camaradería e incluso de amistad. Así, el trabajo empezaba a alejarse de ese estado extraño en el que sientes que no te perteneces.

El que fuera director de este centro, en la entrada del laboratorio con su nombre

El trabajo era también verdaderamente vivir, porque te gustaba venir a trabajar al IES Miguel de Cervantes y encontrarte con tus compañeros. Pero parece demasiado mérito para una sola persona. Bueno, también estaba su equipo de la dirección. Y, además, probablemente, Alfonso no se daba cuenta de que su manera de hacer las cosas hacía que todos trabajáramos en un lugar agradable.

Alfonso no ponía límites a iniciativas. Escuchaba y atendía mucho, decía adelante a cualquier proyecto y proporcionaba los medios. De esta forma, además de la tarea esencial de las clases y el bienestar general, su capacidad de escuchar, su capacidad comunicativa y su actitud facilitadora, promovían de un modo fluido, proyectos y actividades de todo tipo: lecturas y encuentros con escritores, obras de teatro, exposiciones, intercambios, viajes culturales, etc. Bueno, lo que hacen también, seguramente, otros centros, pero el caso es que había iniciativa, entusiasmo y voluntad de profesores y alumnos.

Todo ello ha terminado imprimiendo al centro un carácter dinámico, fluido y estimulante. El IES Miguel de Cervantes o, mejor aún, sus alumnos y profesores, con la intervención de diversos departamentos, han tenido experiencias muy ricas con numerosos proyectos internacionales a lo largo de los años, con socios en centros educativos de Turquía, Francia, Noruega, Eslovaquia, Bélgica, Portugal, Estados Unidos… en los que se han compartido relaciones profesionales y de amistad. Europa y algo más se han convertido en el área metropolitana cercana de experiencias, conocimientos y afectos para muchos alumnos y profesores. Es mérito de los que han llevado a cabo estas tareas, y de quien escuchó, facilitó y alentó estas formas de trabajo. El profesorado de este centro ha construido una trayectoria que tal vez no preveía y también Alfonso se ha encontrado con un balance, tal vez no previsto, en su recogida de papeles y despedida: un periodo, el de su dirección, en el que se trabajaba con agrado y bienestar y en el que se generó riqueza educativa, personal y de buenas relaciones.

Compañeros de Alfonso Centeno en su despedida del centro

Alfonso deja el mundo de la educación y estoy seguro que ha pasado malos momentos, incluso alguno problemático, pero no nos hemos enterado, al menos la mayoría, y él no lo ha contado. Como he dicho no habla de sí mismo. Alfonso se va sin tener que decir “disculpen las molestias” y sin tomar nota, no ya para su currículo que no necesita, sino para su biografía personal de estas cosas que se han relatado, y en las que nosotros tampoco habíamos reparado porque estábamos entretenidos en trabajar con agrado y en pasar buenos momentos, alcanzando, ignorantes, uno de los parámetros de felicidad y equilibrio personal de los que hablaba Freud: estábamos trabajando, y con gusto.

El director con dos profesoras y alumnas del centro

Es ahora, mirando atrás, cuando nos damos cuenta que las cosas fueron así de agradables durante la dirección de Alfonso. Al fin y al cabo uno sólo hace balance cuando tiene conflictos o cuando se acaba un ciclo personal. En este caso, claro está, lo hacemos por lo segundo. Alfonso, te recibimos en la tierra de los jubilados, donde plácidamente ya somos completamente nuestros dueños y no tenemos director de orquesta. Así es que vienes despejado de tareas. Ahora el vivir y el hacer está sólo en nuestras manos. Bienvenido.

Epifanio Delmás,

profesor de filosofía (jubilado)

 

 

 

APLAUSOS PARA EL QUERIDO PROFESOR

Redacción

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