Son tantos los que están a la espera que mi pasmo por su actitud está llegando a límites insospechados. Y no me refiero solamente a los que esperan ir en una lista electoral, ocupar un cargo vacante o situarse en la línea de salida de una posible subvención.
Esas resistencias son aún mayores que las que describen los tratados históricos sobre los episodios más épicos… Pero, eso sí, sobre las que reflexiono tienen un carácter notablemente distinto; diría que incluso más egoísta (codicioso, avaro, ambicioso) y, por tanto, nada solidario.
No discuto el anhelo personal al que todos tenemos derecho. Me posiciono en contra de lo que, en lenguaje popular, se denomina “caradura” o “experto en codazos”; especies que florecen demasiado a menudo, sin necesidad de tiempo o formas.
La verdad es que a uno le entran ganas de mandar a algunos de los citados a “hacer puñetas” –ese encaje o vuelillo de algunos puños que define el Diccionario–, y no tanto porque sean pejigueras, difíciles o afines a la molestia, sino porque se han empecinado en hacernos –y no hacerse– la pascua.
Insisto, una vez más, en que, en las ciudades e instituciones nuestra tierra, hay que hacer un “costurón”, al modo y manera de la mejor –el mejor– modista, volviendo a reconstruir todos nuestros sanos hábitos de convivencia pacífica, para que el futuro –presente– nos sea favorable, y poder, así, alcanzar las metas que todos nos habíamos propuesto al dotarnos de un sistema democrático.
No me cabe duda: ha llegado el momento de “re-escolarizarse” y “re-educarse”; es decir, volver al colegio para aprender ciencia, filosofía, ética, urbanidad, etc., para cultivarnos, al menos, en educación (aunque se trate de “vueltas virtuales”, a las que, por cierto, nos vamos acostumbrando poco a poco).