La Semana Santa supone un paréntesis, un oasis, un espacio de humanidad, en un mundo belicista, desenfrenado y materialista
¡Cuán grandiosa es la Semana Santa! ¡Qué atractivo tan ingente tiene! ¡Qué fiesta tan ejemplar y emotiva! ¡Cuánta gente mueve, de manera mágica y masiva, en Granada, en Andalucía y en España! ¡Cuánta devoción y fe recupera, entre los participantes y seguidores! ¡Qué infinidad de paisajes, escenas, estampas, etc. genera, cargados de belleza, colorido y plasticidad! ¡Qué excelente labor realiza IDEAL publicando cada día una completa información de Jorge Martínez, ilustrada con cientos de excelentes fotos, también TG7, la televisión de Granada, con sus entrevistas, grabaciones y retransmisiones!
Ortega y Gasset, sostenía con mucha razón, que las personas somos eminentemente producto de nuestras circunstancias, de nuestras vivencias y también, digo yo, de los modelos socioculturales y políticos, que nos envuelven y nos determinan. Claro que sí, que los genes siguen siendo un determinante importante y diferente de unos individuos a otros. Conozco el caso de dos hermanas gemelas que, cada vez que van a la discoteca, una se pasa la tarde entera bailando, mientras que la otra no se despega de su asiento; pero las dos van a la discoteca. Lo cultural impera sobre lo genético, porque aprendemos por imitación y reproducimos todo cuanto vemos y oímos. Somos más hijos de nuestro tiempo, que de nuestros padres (proverbio chino).
Pero, en las respuestas que damos a los hechos, también intervienen nuestros genes y nuestras experiencias, con lo que unas mismas circunstancias, pueden producir efectos diferentes, porque nuestro intelecto, nuestra resiliencia y nuestra sensibilidad, son igualmente diferentes. Por ejemplo, suspender un examen, irse al paro o perder a un familiar querido, produce impactos y reacciones diversos, pero lo que no van a producir nunca, es alegría. Aquí llegamos al fondo de la cuestión: no podemos ignorar, como diariamente ocurre, que en la vida existen hechos, informaciones, noticias, etc. gratos y positivos, que nos alegran y animan, pero también los hay ingratos y negativos, que nos entristecen y desaniman. Por tanto, hemos de potenciar los primeros, sobre los segundos.
Ciertamente que la Semana Santa es una fiesta, pero una fiesta bastante diferente, con una celebración muy peculiar, como son las procesiones, y con un sentido altamente emotivo, sensible y trascendente; basado en la fe, la devoción, la espiritualidad y la esperanza en la vida eterna. Bien vista, supone un parón, un tiempo de silencio, de meditación, de reflexión moral sobre nuestra vida y nuestra relación con Dios. Implica un descanso de la ambición, del egocentrismo y del materialismo reinantes, que diariamente oscurecen nuestras vidas y turban nuestra felicidad. Es, por tanto, fuente de alegría, ánimo, austeridad y felicidad.
En Granada, en Andalucía y en España las procesiones constituyen una celebración centenaria, tremendamente arraigada en pueblos y ciudades, con un copioso y heterodoxo número de seguidores, que, desde ópticas muy distintas, contemplan y comparten, admirable y ejemplarmente, unas imágenes religiosas, unos paisajes, unos tiempos, etc. con respeto mutuo y en convivencia libre, pacífica y tolerante. También sabemos que las procesiones tienen una connotación lúdica y vacacional, que atrae turismo cercano y lejano. Pero no están organizadas por ello, ni para ello, sino todo lo contrario; es la fe y la devoción de los cofrades, de las cofradías y del pueblo, el anhelo y la razón de ser de las mismas.
Hemos de destacar la valiosa participación de los habitantes del lugar, que alegres, felices y soñadores, se “lanzan a la calle” a ver procesiones. Salen predominantemente en familia, con niños, abuelos, amigos, etc. cosa que no ocurre en otras ocasiones. Su objetivo, es únicamente ese: ver y admirar las procesiones y disfrutar con un ambiente efervescente; no es necesario realizar gasto, ni consumo alguno. La convivencia es, por tanto, auténtica e intergeneracional, al compartir actos, gestos y sensaciones: alegría, aplausos, vivas, etc. La contemplación serena de las imágenes, produce diversas y delicadas emociones: artísticas, estéticas, místicas, etc. que, abandonando lo vulgar, se elevan sobre lo material y convergen en lo trascendente.
No menos emocionante es el sonido de las bandas musicales que acompañan a los pasos, amenizando con sus conciertos de selectas composiciones. Todo ello, sin hablar de las “saetas”, que crean y rompen, a la vez, un silencio unánime en la noche, nos dejan sin respiración y exaltan la verdadera pasión de Cristo. Pero, lo más importante, el verdadero sentido de la Semana Santa, es la conmemoración de la pasión y muerte de Jesucristo; junto al hecho más luminoso y trascendente: la resurrección, al tercer día de su muerte.
Los cofrades, costaleros, penitentes, etc. junto a obispos y sacerdotes, son los responsables principales de que se mantenga, esta excelente y creciente tradición. Sus tareas, durante todo el año, incrementan los elevados valores de la Semana Santa: devoción, fe, esperanza, desprendimiento, ilusión, convivencia, respeto, responsabilidad, participación, paz, libertad, esfuerzo, sentido moral, artístico, estético, musical, etc. La Semana Santa supone un paréntesis, un oasis, un espacio de humanidad, en un mundo belicista, desenfrenado y materialista. ¡Feliz Pascua de Resurrección!
(NOTA: Este texto se ha publicada en la sección de Opinión del diario IDEAL, correspondiente al sábado, 15 de abril de 2023)
Leer más artículos de
Catedrático y escritor