No lo dudéis, nos está pasando. Contribuimos a ello día a día. No sólo con peroratas insoportables, sino también con empeños y repeticiones de actitudes que ya fueron desechadas en otros tiempos.
Reflexiono hoy sobre el concepto “religiosidad popular”; término que, ya en principio, me levanta ciertas ampollas como en los casos de “sociedad civil”, “sociedad eclesiástica”, etc. –ya sabéis que mantengo que sólo existe una sociedad (al igual que sólo existe una Andalucía)–.
Ha sido en la pasada Semana de Pasión, con la eclosión que ha llenado nuestras calles y plazas, cuando he tenido la oportunidad de conversar con unos y otros sobre este asunto y sus posibles consecuencias en el futuro inmediato.
Cierto es que la mayoría han coincidido en que ha “sido la más completa y esplendorosa” y que el hecho en sí ha beneficiado a sectores como el de la hostelería o al de los alojamientos, pero, me pregunto –y lo he preguntado a varios de sus responsables–: ¿hemos sido, una vez más, egoístas con el único interés de brillar, olvidando el verdadero por qué de lo que hemos puesto a la vista de locales y foráneos?
¿Nuestros “clientes” han podido verse defraudados por la falta de atención o pesadez, con lo que corremos el riesgo de que se planteen la no repetición en años venideros?
Como en otros casos, estimo –estoy seguro– que ha llegado el tiempo de la introspección, sin búsqueda de culpables –¡que si tú, que si yo!– y recurriendo a la experiencia de todos aquellos (muchos) que han vivido, padecido y gozado lo que supone y es la congruencia.
Lo escribí, e incluso pregoné, en etapas pasadas y no tan pasadas: es momento de renovar, sin experimentos, todo lo concerniente al “protocolo establecido”, manteniendo, eso sí, las costumbres locales pero apostando, además, por una integridad coherente con la misión real que nos ha sido encomendada.
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de
Ramón Burgos
Periodista