El martes, 26 de abril, en la Subdelegación del Gobierno, presidido por el Secretario de Estado, Fernando Martínez, se celebró un acto de Memoria Histórica con el reconocimiento y reparación institucional del poeta malagueño José Sánchez Rodríguez y de su hijo Salvador Sánchez Taboadela, víctimas de la guerra civil y de la dictadura franquista.
Con este acto se cierra una más de las muchas heridas abiertas por la guerra civil, y se cierra sin odios, sin rencores, sin la mínima retórica belicista, porque así lo hubieran querido los protagonistas de este homenaje, el poeta Sánchez Rodríguez y su hijo Salvador; ellos sí fueron víctimas del odio, y en Málaga, en plena guerra civil, mayo de 1937, sufrieron un Consejo de Guerra sumarísimo, que los condenaba a doce años y un día de prisión por “auxilio a la rebelión militar”, que era el delito del que los verdaderos rebeldes acusaban a los funcionarios que habían permanecido fieles al Gobierno de la República. Y ello les llevó a sufrir, en plena tensión bélica, las cárceles de Málaga, Segovia, Isla de San Simón, Puerto de Santa María y Santoña, de donde salieron tres años después por rebaja de condena. Y todavía la represión ofreció su cara más cruel con la ejecución de otros dos hijos del poeta y la cadena perpetua para el cuarto por haber pertenecido a comités sindicales. Y aquí queda abierta la vía para que los descendientes de estos otros represaliados de la familia, con el derecho y la responsabilidad que solo a ellos corresponde, soliciten estos mismos reconocimientos.
En estos momentos en mi ánimo sólo está recordar las palabras que José Sánchez Rodríguez y cada uno de sus hijos, tan duramente castigados, trasladaron a sus respectivas familias con absoluto espíritu de paz: que no educaran a sus hijos en el odio sino en la reconciliación; que soportaran las injustas condenas como ellos las soportaban, con la dignidad del que sabe que ha cumplido lealmente con España, con su pueblo y con su único gobierno legítimo; y que curaran con el mejor y más limpio bálsamo la amplia y profunda herida resultante; y aún añado que fue una herida que sangró mucho, pero que en sus labios abiertos ofrecían las dos palabras que el poeta en su lecho de muerte dejó como único y valioso testamento: perdón y olvido; el perdón ha sido un mandato que la familia ha cumplido cristianamente en todos estos largos lustros de dictadura y de democracia, y no ha sido fácil, pero el olvido, dado que lo vivido fue tan trágico, no ha podido ser más que un deseo disuelto en el tiempo y resuelto en un mar de silencios y lágrimas ocultas por donde han navegado los mayores marcando el buen rumbo al resto de esta amplísima familia, que actualmente cuenta con más de ochenta descendientes vivos, que se reparten por doce ciudades del mundo: Málaga, Madrid, Ermua, La Coruña, Granada, Jerez, Guadalajara, Bruselas, Omaha, Minneapolis, Chicago y Brisgovia.
¿Por qué en Granada?
No ha faltado quien me pregunte por qué este acto en Granada y no en Málaga, que sería el sitio justo y adecuado, y yo respondo sin ambages. En Málaga, mi adorada tierra, pocas personas no han mirado para otro lado cuando alguien ha aireado el tema que tratamos, los mismos pocos que han demostrado con hechos su interés por los versos del poeta. También es un dato objetivo que las instituciones malagueñas le han dado la espalda al poeta, a la grave represión de su familia y a la durísima represión general del año 1937. De todas formas la familia siempre asumió ese comportamiento sin pedir nada y con sobrada dignidad. Por otra parte Granada es donde se ha trabajado en esta iniciativa, y también, y esto es importante, es el ámbito al que pertenece otra gran familia que con inmenso cariño acogió a los desamparados componentes de la familia de Salvador Sánchez Taboadela; me refiero a la familia Sánchez Alfambra, cuyo verdadero líder Nicolás, con su gran personalidad, tuvo además importante y decisivo protagonismo en la defensa de los encausados. Granada, pues, también pertenece a este relato.
Antonio Sánchez Trigueros