Dicen que las ‘etapas’ de nuestra vida vienen determinadas por la edad, la formación, el desarrollo profesional, etc., aunque yo me inclino más por lo que algunos denominan el «diario vivir», como experiencia sujeta a los varapalos y buenaventuras que nos acontecen inesperadamente.
Me refiero, por una parte, a nuestra sujeción –ligaduras, trabazones o estancamientos– a las imposiciones injustas a las que nos vemos sometidos; y, por otra, a la credulidad –inocencia, ingenuidad o candidez– de todas las adulaciones que, sin sentido, nos vienen dadas con segundas intenciones.
La reflexión, sobre todo lo dicho –y hecho–, ha de ser nuestra mejor consejera para la estancia en esta tierra que, desde tiempos inmemoriales, nos estamos empecinando en asaltar, con armas y bagajes insospechados, sin ton ni son.
Ahora que la Historia, como ya había sucedido, por desgracia, con anterioridad, se está reescribiendo con mirada partidista, ha llegado el momento de poner las cosas en su sitio; de dar a cada tiempo su autenticidad basada en pruebas irrefutables y no en meras conjeturas de aficionados a la novelesca… Comenzando por los centros educativos –concertados o no– en los que, por ejemplo, la elección –imposición– de la lectura no debe ni puede tener matices ideológicos.
Como ya escribí, cambiar –adecuar a la realidad actual, si es que ello fuese necesario– las cosas, las empresas, las instituciones o, más aún, a las personas no se consigue con ‘utensilios de devastación’; es decir, con impulsos tiránicos basados en la altivez despótica, en un intento de mantener un ‘mando’ autócrata y opresor.
Tengo para mí –y espero que también sea norma para vosotros– que nuestra ‘imperfecta democracia’ –indudablemente hay que seguir avanzando en muchos de sus contenidos y normas– debe coincidir cada vez más con el ágora griega, donde los temas de discusión y las correspondientes opiniones al respecto podrían ser duraderos hasta que el consenso se elevaba victorioso.
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de
Ramón Burgos
Periodista