¿Quién no ha sentido la necesidad, después de una experiencia feliz, de contarla de inmediato?
Parece que si no lo hacemos pierde parte de su valor.
‘Al otro lado del bosque’. Juan Mata
Amparada en estas palabras de Juan Mata en su último libro, Al otro lado del bosque, deseo contar que hacía tanto tiempo que no tenía lugar un evento de índole nacional sobre bibliotecas escolares que durante los días 7 y 8 de marzo, fecha en que se celebraron en Mérida las Jornadas Nacionales de Bibliotecas Escolares, no cabía en mí de gozo.
Quise entonces inaugurar esta colaboración con IDEAL EN CLASE a partir de tamaño acontecimiento, tan necesario como esperado. No podía haber encontrado mejor ocasión que uniese lectura y las bibliotecas escolares, mis dos pasiones; ni que estuviese tan vinculada a nuestra provincia por más que fueran en Extremadura y sus protagonistas no sean granadinos de nacimiento.
Este reportaje es fruto del honor y la dicha de conversar largo y tendido con Juan Mata Anaya y Andrea Villarrubia Delgado, fundadores, presidente y vicepresidenta, de la asociación granadina Entrelibros, Premio Nacional al Fomento de la Lectura en 2019. Aprovechando que Juan Mata nos deleitó con una espléndida ponencia en las jornadas, creí interesante conversar con ambos sobre la asociación, su entrega a la lectura, a las bibliotecas escolares y sobre el último libro de Juan Mata Anaya.
Ambos comparten el hecho de que habiendo nacido fuera de Granada, una en Tetuán, otro en Torredelcampo, cursaron sus estudios de Filología Románica en esta ciudad, en ella se quedaron a vivir y desarrollaron gran parte de su actividad profesional. Los dos participan de una inquebrantable vocación docente (ella como profesora de instituto, él en la Universidad de Granada). Da gusto oírlos definirse como docentes satisfechos y orgullosos de haberlo sido, pues ya están jubilados. Juan y Andrea nos han regalado entrega y compromiso con las bibliotecas y con el fomento de la lectura a lo largo de toda su vida profesional y personal, como parte de la actividad de la Asociación Entrelibros desde 2010 en hospitales, centros de acogida de mujeres víctimas de violencia de género, centros educativos, residencias de personas mayores, asociaciones de mujeres y en cuantos eventos culturales se les haya invitado: Feria del Libro de Granada, exposiciones y/o proyectos en el Parque de las Ciencias, encuentros provinciales de clubes de lectura, homenajes a diferentes personalidades literarias, etc.
Es por ello que ambos han recibido conjuntamente premios y distinciones tan importantes como el Premio de la Feria del Libro de Granada en 1998 y en 2017 a través de la asociación, Premio Andaluz de Fomento de la Lectura 2002 y el ya referido premio nacional. Además de los que ostentan por separado.
Fruto de la honda huella que han dejado en su alumnado y, cómo no, de su clara y decidida apuesta por las bibliotecas escolares, cada cual da nombre a una biblioteca escolar. En el CEIP Ramón y Cajal de Ogíjares tras una encuesta al profesorado (que mayoritariamente había disfrutado de Juan como docente en la facultad de Ciencias de la Educación) la biblioteca empezó a llamarse así desde el curso 2013-2014.
La de Andrea está en el IES Salduba, en San Pedro de Alcántara, Málaga. En mayo de 2022 acudió como invitada y recibió la grata y emocionante sorpresa de encontrarse con que el espacio que ella había acondicionado y mimado muchos años atrás, cuando aún no existía ni mención normativa a las bibliotecas, llevaba ahora su nombre. Iniciativa promovida por antiguos alumnos que ahora son docentes en el mismo instituto en que la conocieron.
Las bibliotecas escolares como refugio.
Las jornadas contaron con Juan Mata junto a personalidades tan distinguidas en el ámbito literario, cultural y bibliotecario como Sergio Ramírez, Jesús Marchamalo, Ana Alcolea, Nando López, Sara Soler, José Carlos Ruiz, Lourdes Cardenal, Gemma Lluch, Sylvia Defior, Laura del Río, Bernardo Atxaga, Montxo Armendáriz, Guadalupe Jover, Freddy Gonçalves Da Silva, Felicidad Campal, Ana Ordás, Pep Bruno, Yoshi Hioki, Asunción Gómez, Javier Arteaga, Jorge Calvo y Mar Benegas en orden de intervención.
«Las bibliotecas escolares son claros del bosque dentro de la espesura en que nos encontramos»
La ponencia de Juan Mata ocupó el espacio principal de las jornadas durante la tarde del primer día de las mismas. Un folio que contenía una cita bibliográfica fue cuanto necesitó para desarrollar un discurso lúcido y necesario dirigido a la razón y al corazón de la audiencia.
Comenzó recordando los 70 años de la publicación en la revista Playboy de Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, para hablar de la importancia de los libros y de las bibliotecas, que definió como «claros del bosque dentro de la espesura en que nos encontramos» y como «espacios de equidad» e «instrumentos de justicia» en los centros educativos por cuanto no solo ayudan a mejorar los resultados académicos, que ya es suficientemente meritorio, sino porque tienen vocación de «no dejar al margen a quienes no han tenido la oportunidad de acercarse a los libros de manera feliz».
Tras exponer los indicios de los peligros que corre una sociedad que agrede a un escritor como en el caso de Salman Rushdie, o cuyo personal bibliotecario, como está ocurriendo en Rusia, tiene que exiliarse por negarse a retirar libros de temática LGTB de las bibliotecas, cuando en el otro extremo del mundo se censuran cientos de libros en diferentes estados de Norteamérica. (Recientemente he leído una triste noticia sobre la censura al diario de Ana Frank en Florida). O, en un alarde de acercarse a «lo políticamente correcto», se reescriben determinadas «expresiones inapropiadas» de algunos libros de Roald Dahl, Juan apeló a la necesidad de bibliotecas escolares abiertas, bien dotadas, libres de censura, que «puedan convertirse en espacios inesperados de libertad, de reflexión, de esperanza de que no todo está perdido. (…) Espacios de refugio, de ejercicio del derecho a leer libremente»
«Las bibliotecas escolares son espacios de libertad y de refugio»
Habló también de las noticias falsas y del desafío que estas representan para la democracia, así como de qué papel pueden representar las bibliotecas escolares respecto a ello en favor del pensamiento crítico y libre, lugares donde podemos juntarnos, aprender en comunidad.
«Una biblioteca tiene la enorme virtud de sostener la vida en ámbitos donde, a veces, la vida no tiene sentido»
Dedicó parte de su intervención a la asociación Entrelibros, a la lectura compartida y la lectura en voz alta como formas de acercamiento a una parte de la sociedad herida, dañada, vulnerable en diferentes espacios sociales, incluso en la calle. «Allí está la palabra para sanarles, para darles esperanza. Una biblioteca tiene la enorme virtud de sostener la vida en ámbitos donde, a veces, la vida no tiene sentido».
Cuando se escucha a Juan en una ponencia se tiene la garantía de que siempre aporta algo nuevo. En esta ocasión el final de su intervención tuvo que ver con la ética y la filosofía, con la relación de las bibliotecas con saber vivir, con que «la vida buena sea factible». Y excitó nuestro pensamiento a través de preguntas en torno a qué significa entender la vida y cómo respondemos a desafíos inminentes como “qué va a ocurrir con la lectura en los tiempos de la distracción, la inteligencia artificial, el metaverso, el mundo digital”.
«La biblioteca escolar necesita activistas, personas confiables»
En el 50 aniversario de su publicación asimismo rindió homenaje a Momo de Michael Ende. El desafío de una niña a los hombres grises, los ladrones del tiempo, sirve de metáfora al concepto de la biblioteca como ese espacio «Momo», sustraído a la celeridad, donde podemos recuperar tiempo para nosotros. Y entonces convocó al activismo, a las personas que hagan de la biblioteca ese espacio donde «detenernos y pensar qué queremos en la vida».
Al final de toda la intervención ocurre que, a modo de conclusión, hace uso del folio para leer una cita de Fahrenheit 451 en la que Montag habla de la cantidad de personas biblioteca que intentan preservar el patrimonio de los libros aprendiendo fragmentos, convirtiéndose en «cubiertas protectoras de libros». Surge diáfana e inapelable la exhortación a cuidar las bibliotecas, a «ensancharlas, extenderlas, convocar a las personas a que vayan y que aprendan, aunque sea un verso, un aforismo…». Porque, expresa con contundencia, «nos jugamos todo, nos jugamos la vida».
Resulta increíble la capacidad de Juan para emocionar desde su discurso sosegado, pleno de lógica y de argumentaciones, pero, como añade Andrea en un momento de la conversación, siempre desde el corazón.
Lo escuchamos con el anhelo satisfecho de ver en un foro de ámbito nacional defendida la importancia de las bibliotecas escolares y descrita durante los cincuenta minutos de la intervención la biblioteca ideal. No obstante, si nos jugamos la vida, porque nos la jugamos, tiene Juan toda la razón, al concluir su intervención yo no podía dejar de preguntarme cómo es que siguen tan indefensas, a expensas del voluntariado, de encontrar el personal amante de la lectura y del conocimiento que eche sobre sus hombros un trabajo que debiera ser colectivo, sin apenas normativa que las cobije, faltas de recursos personales y materiales, tan olvidadas de los planes estratégicos.
Necesidad de que se sigan organizando jornadas nacionales sobre bibliotecas escolares
Andrea tiene claro que, dada la situación de las bibliotecas escolares, estas jornadas no deberían quedar como un hecho aislado y que ojalá haya más encuentros formativos como estos.
De igual modo, Juan destaca la necesidad de que existan espacios como estos donde se reconozcan las personas que en distintos lugares trabajan por las bibliotecas. Según él, el hecho mismo de encontrarse tiene un valor formativo extraordinario y el efecto reconfortante de saber que no se está solo, que podemos aprender del resto intercambiando experiencias.
Coincidimos en resaltar la excelente organización, el mimo con que se gestionaron, el equilibrio entre ponencias y experiencias compartidas.
Urge promover el relevo generacional en las bibliotecas escolares
En la conversación mostramos preocupación por el hecho de que gran parte de las personas que han aportado conocimiento y experiencia sobre bibliotecas escolares se hayan ido jubilando, tal es el caso de José García, Cristina Novoa, Mariano Coronas, Carmen Carramiñana, Rosa Piquín, … y acerca de si las diferentes administraciones están intentando encontrar quienes recojan el testigo para seguir aportando valor.
Hablar desde la veracidad
Anteriormente mencioné la admiración que me produjo escuchar el contenido de la ponencia de Juan y que no necesitase para ello de más apoyo que una cita bibliográfica contenida en un folio. Más allá de las estrategias retóricas del discurso que Juan sepa utilizar, esto es solo posible cuando se habla desde la «veracidad», esa que hace que sus exposiciones contengan reflexión anclada a su experiencia profesional y vital.
Eso mismo, el hecho de que el discurso no esté desligado de lo que es la persona, de lo que dice y hace, de lo que piensa y dice, de la coherencia entre esos elementos, es lo que crea el magnetismo que Juan Mata atesora con la infancia y la juventud. Lo he visto en varios encuentros con las criaturas más jóvenes y siempre he observado con perplejidad que alguien como él, con aspecto de muy serio y formal en los gestos y la vestimenta, tan aparentemente alejado de sus figuras referentes sea capaz de mantener la atención y, mejor aún, propiciar reflexiones que bien servirían para un debate filosófico entre personas cultas y formadas. Hablamos sobre ello y Juan insistió en que la clave consiste en acercarse a ellos desde el respeto, sin juicios, otorgándoles el valor que merecen. En su opinión, es como si los más jóvenes tuvieran un detector de honestidad, de credibilidad. Se abren a quien use palabras ligadas a sus actos, a lo que es como persona.
La lectura compartida. Si tu voz viene a mí
El síndrome de la impostora me persigue desde que intenté siquiera pensar en las preguntas para realizar la entrevista que nos ocupa y más ahora, en el afán de dar forma a la misma. Reconozco la amistad en quien me ayuda a poner los pies en la tierra y no dejo de pensar en mi amiga Vanesa Beteta cuando me hizo caer en la cuenta de mi atrevimiento por querer estrenarme en este medio nada más y nada menos que con Juan Mata y Andrea Villarrubia. Debo decir que no se trató tanto de una gran dosis de inconsciencia como de aprecio y de sentida necesidad de rendir humilde homenaje a quienes tengo por faro y referente de dedicación a la lectura, entrega a las bibliotecas y, por ende, amor a la educación, a la cultura y a las personas mismas.
Basta con ver el documental Si tu voz viene a mí para comprender el bagaje insondable de experiencias relacionadas con la lectura compartida, con el hermoso término acuñado: «conleer», con la extensión y la profundidad que adquieren en su labor la conversación y la escucha atenta.
En la página de la asociación hablan de un compromiso ético a través de la lectura y la mediación lingüística con las personas, con la sociedad. Ello trasciende la labor de la asociación, porque en realidad, es la forma como Juan y Andrea piensan, se relacionan y actúan con el resto.
Con ellos no se puede, o mejor, no se debe, hablar poco y aprisa, primero porque su hablar es sereno y tranquilo, también porque es una pena desaprovechar su sabiduría y experiencias y porque regalan su tiempo con generosidad. La conversación, plácida, pausada, afectuosa, deliciosa, comenzó en torno a las jornadas nacionales en Mérida, se acercó a Juan, a la asociación, a Andrea, al nuevo libro de Juan. En suma, fue de la lectura a la vida y viceversa, si es que en su caso pueden separarse. ¡Qué fácil resulta hablar con quien tiene tanto que decir y aún más capacidad de escucha!
El futuro de la asociación
Si es inapelable hablar de la asociación, de su labor, los reconocimientos por parte de las diferentes entidades, además toca hacerlo sobre su futuro.
En estos tiempos no hay conversación más o menos seria sobre la sociedad en la que no aparezca la pandemia en el centro o en los márgenes de la misma. En este caso, Andrea y Juan nos cuentan que esta ha supuesto un punto de inflexión en la vida de la asociación.
La actividad casi se paralizó por completo y aún no ha terminado de volver al punto en el que se encontraba cuando el Covid-19 irrumpió. Y tal vez no vuelva de la misma forma.
Ello porque, de un lado, con anterioridad a la pandemia la pareja vivía una actividad febril, sin apenas tiempo para otras cuestiones que no fueran las relacionadas con la asociación y actividades semejantes. El período de confinamiento permitió una reflexión reposada sobre la vida y cómo deseaban vivirla. Salieron de él con la convicción de no querer volver al punto de partida, a ese ritmo frenético.
Por otro lado, el cambio ha llegado para quedarse en instituciones como los hospitales, que disponen de nuevos protocolos de visitas a las habitaciones por parte de asociaciones y voluntariado, con restricciones que dificultan seriamente la intimidad propicia al diálogo a partir de los libros y la conversación.
La conclusión es que ahora mismo la asociación se halla en un proceso de transformación del que puede salir diferente, pero deseamos que reforzada.
Desaparecer en un poema
Si a Juan se le reconoce por su hablar pausado, de Andrea persiste en la memoria la sonoridad de una voz potente, pero sin estridencia, hecha tensión, sutileza, ironía, abatimiento, pasión, alegría o tristeza según el poema que se haya tenido la suerte de escucharle recitar. Es como si al entrar en el poema ella misma desapareciera para que tomaran forma y cuerpo las palabras.
Pregunto por este proceso insólito y, aunque ella enumera algunas cuestiones a tener en cuenta como conocerlo bien, situarse tras el poema, no interponerse entre él y quienes lo están escuchando, entregarse al poema, etc. yo sé que hay algo más en ese formidable acto de transformación en el que Andrea, de repente, es un poema que nos interpela, consuela, inquieta… y que guarda relación con su amor por la palabra poética, con su vocación transmisora de la misma, con su convicción, que es también la de la asociación, del poder que esta tiene «para transformar el mundo, hacerlo más comprensible y habitable». (Cita de la página de la asociación anteriormente enlazada)
Letras en cal
Esta mujer que sabe perderse para que el poema se ofrezca a quien lo escucha permanece, sin embargo, de forma indeleble en la memoria de su alumnado. La conocí hace casi cuarenta años a través de la admiración de un alumno suyo, cuando ambos éramos jóvenes estudiantes de bachillerato. Me consta, a pesar de que a mí no me dio clase, que aún aparece su pasión lectora en los recuerdos de la promoción.
Es normal que alguien que dice haber disfrutado mucho, mucho, mucho en su profesión despierte tal arrobo en su alumnado. Treinta y cinco años más tarde de su paso por el IES Salduba en San Pedro de Alcántara, Málaga, conservan en la biblioteca la hermosa actividad «Letras en cal». Con cambios, el tiempo no deja nada prácticamente inalterado, pero con el mismo sentido. Cada semana la biblioteca comparte un poema, como lo hacen gran parte de las alumnas de Andrea que ahora regentan otras bibliotecas escolares, algunas de ellas en nuestra provincia, como hicieron Susana Díaz y Yolanda Peña en el IES Aricel de Albolote mientras este fue su destino.
Si en nuestros días es complicado armar una biblioteca escolar en algún centro que haya ido postergando esa necesaria tarea, podemos imaginar qué titánico esfuerzo supuso crear o dinamizar cada una de las bibliotecas que ha pergeñado cuando aún no había normativa ni cultura de centro sobre lectura. Quien tiene tan alto sentido de comunidad sabe de la importancia de crear equipo para aunar esfuerzos y de la necesidad de entusiasmar a cada cual según sus gustos para que pueda dar lo mejor de sí mismo. Eso es lo que fue tejiendo Andrea en cada centro por el que pasó.
Ahora que casi tenemos claro que el fondo de las bibliotecas debe ser una colección actualizada y acorde a los intereses del alumnado, reconocemos en Andrea a una pionera que se adelantó a su tiempo tratando de proveer a las bibliotecas de títulos adecuados a las edades del alumnado receptor. Con toda la naturalidad del mundo apela a la imaginación para gestionar los escasos recursos económicos y a la obligación de buscar aliados.
Escuchar de Andrea que llevaba los libros en una carretilla desde el departamento a una biblioteca que «se inventó» provoca la justa necesidad de agradecerle su compromiso con las bibliotecas escolares. Para seguir construyéndolas necesitamos estos referentes de entusiasmo y conocimiento de la importancia de estas en los centros.
Al otro lado del bosque.
Solo semana y media después de las Jornadas Nacionales de Bibliotecas Escolares, el día 16 de marzo a las 19.30 horas presentó Juan Mata en la biblioteca de Andalucía su último libro: Al otro lado del bosque.
Durante la conversación hablamos del proceso de escritura de la obra y Juan contaba que una vez tuvo clara la temática principal elaboró un listado de subtemas y contactó con doce adolescentes de su círculo de afectos para detectar sus intereses. Estos fueron Abril, Candela, Carla, Eduardo, Eva, Guille, Iker, Irene, Julia, Manuel, Marina y Natalia y así aparecen en la dedicatoria del libro.
Como quiera que Juan intenta dar voz y espacio a los jóvenes, hablar con ellos frente al hablar de ellos, no es de extrañar que el día de la presentación compartieran escenario con él varios de esos chicos, en concreto, dos chicas y dos chicos: Manuel Calvente Capilla, Carla Pérez Guerrero, Abril Mateo Badía y Eduardo Guillén Calvente, con edades comprendidas entre doce y catorce años. Jóvenes muy jóvenes a quienes al principio intimidó un poco la audiencia, pero que a medida que avanzaba el acto se fueron relajando y nos dejaron preguntas y respuestas realmente fascinantes.
Pudimos saber que el hermoso título procede del poema titulado Caperucita, de Amalia Bautista, del cual extrae un par de versos en la cita introductoria de la obra:
«Al otro lado de este bosque inmenso me espera el mundo»
Conocedor de la tradición de los cuentos populares Juan nos lleva a simbología del bosque, más que un espacio, un tiempo para la travesía de la vida y de la adolescencia, como la experiencia vital tan importante que es y que al final de ese recorrido está el mundo, la vida que les espera. La voz de Juan resuena a lo largo del texto para transmitirles qué pueden encontrarse en ese mundo y cómo construir una vida buena. (Pensando en voz alta, me resulta curioso, que en tan poco tiempo le haya oído utilizar esa expresión tantas veces).
Como educadora tengo que decir que sentí verdadera admiración por el modo y contenido de las preguntas realizadas y que dieron lugar a que Juan contara que escribe sobre el compromiso, porque, según él, es un rasgo de la vida buena, pues los compromisos hacen que el mundo sea mejor, especialmente cuando estos son a favor de los demás. Que además nos desvelara que el eje vertebrador de todo el texto sea el intento de buscar un punto de encuentro entre el mundo de la adolescencia y el suyo propio. Que explicase que el libro surge del deseo de hablar de lo que entiende por vida buena, lo que ha ido elaborando a través de las lecturas que lo han acompañado y conformado a lo largo de toda su vida, así como su relación con los demás, especialmente en sus interacciones a través de la asociación con jóvenes y adolescentes.
«Por la experiencia que tengo en el trato con la adolescencia puedo decir que tienen muchas cualidades, que son inteligentes, sensibles, capaces de hacer grandes cosas»
Fácilmente Juan se pone en el lugar de los jóvenes, empatiza con ellas y ellos porque los respeta profundamente. A lo largo de la presentación no perdió oportunidad de dirigirles elogios y un mensaje claro de lo que opina sobre ellos: que poseen grandes cualidades, que son inteligentes, sensibles y que son capaces de hacer grandes cosas.
Posee la capacidad de crear un clima de confianza tal, que los jóvenes se atreven a hablar con llaneza y espontaneidad sobre temas mayores como el acoso, el monstruo que podemos ser cuando nos diluimos en un grupo y nos dejamos llevar por el anonimato que este proporciona, la falsedad que hay tras las redes sociales, la posibilidad de vida inteligente en otros planetas, incluso sobre la muerte (tema insoslayable, porque forma parte de las páginas de la obra), o lo que significa ser adolescente y cómo, en ocasiones, se sienten objeto de prejuicios.
Fue una delicia asistir al diálogo sosegado, así como ser testigo de la complicidad que se estableció entre él y los cuatro jóvenes. No hay más que ver las imágenes del momento para sentir la cordialidad, cariño y admiración mutuos.
Todo ello deja ver cómo es Juan Mata, su forma concreta de ser y de afrontar su paso por la vida. Justamente de eso va este título, del compromiso ético con los demás, de la forma de estar en el mundo, de plantearse qué sociedad deseamos y cómo podemos hacer para crearla, hacerla posible. Aunque Juan es consciente de que no es el típico libro que buscarían los jóvenes en las librerías, de hecho, los contertulios de la tarde así se lo comentaron, siente la responsabilidad de acercarlos al lenguaje de la filosofía y de la ética, al lenguaje del pensamiento, obligación de dar razones para la esperanza.
Como en los cuentos tradicionales, donde la sabiduría se transmite de generación en generación, quiere Juan que la obra pueda convertirse en una fuente a la que acudan a beber jóvenes y personas adultas con la misma sed, la que toda persona siente de encontrar y dar sentido a la vida.
El texto, a la altura de los clásicos, promueve la reflexión sobre los grandes temas de la vida. Desprovisto de toda moralina, desde la entrega del saber acumulado de experiencia propia y compartida con jóvenes, es un libro más que interesante para las tertulias literarias en los centros educativos.
Confío en que este libro llegue a muchas personas, jóvenes y adultas, que puedan establecer un diálogo profundo con él y consigo mismas sobre los temas que en él se abordan. Y crezcan unas y otras, salgan de la lectura como yo misma lo he hecho, con la invitación a ser mejor persona.
Así se define la Asociación Entrelibros en su página, con un pequeño texto cargado de palabras monumentales:
«Consideramos que los libros compartidos son manos tendidas, oportunidades de diálogo, vías de conocimiento mutuo. Mantenemos la confianza en el poder cordial de la palabra poética, de las palabras que emocionan, hacen pensar, estimulan los sueños y favorecen la comprensión».
Me adhiero a cada una de esas palabras y confío en que este reportaje haya sido capaz de mostrar a Juan Mata y a Andrea Villarrubia como personas que dan sentido a las palabras altruismo, acogida, solidaridad, equidad, responsabilidad, compromiso, tacto y delicadeza.
Por mi parte, he de concluir mostrando toda mi gratitud hacia Juan y Andrea, no solo por el tiempo que me dedicaron, horas maravillosas de conversación y amistad, sino especialmente por su labor, por esa forma como han hecho de vida y obra un compromiso luminoso y tierno con la sociedad a través de la lectura. Es todo un lujo contar con Juan Mata y Andrea Villarrubia en Granada.
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