La pregunta de un buen amigo (mil gracias, Pedro) sobre si muchas de las reflexiones que me he ido planteando, desde tiempo atrás, tendrían algo que ver con la expresión coloquial de “¿estamos aquí, o en Jauja?” –“para reprender una acción o un dicho importuno o indecoroso”, RAE–, me ha conducido a someterme a un profundo análisis introspectivo, propio de los anacoretas más impenitentes.
Lo curioso es que, en la mayoría de los casos analizados, las correcciones que me gustaría hacer sobre lo escrito tienen más que ver con el “estilo” que con el “fondo” –aunque no os oculto que, como todo y todos en la vida, he ido evolucionando en las formas, que no en el fondo, de mis creencias–.
¿Ejemplos?… Muchos… El reducido cupo en nuestras comunicaciones; los premios interesados a empresas subvencionadas; las ventajas comerciales tintadas de color; el apoyo a organizaciones que más que construir destruyen sueños y realidades; las promesas interesadas que nunca se llevarán a buen fin…
Al igual, sigo sosteniendo que tampoco admite revocación alguna la necesidad perentoria de acometer, con soluciones inmediatas y eficaces, los grandes problemas de nuestra sociedad: el paro, la emigración, la corrupción, la deshumanización, la discriminación, la violencia de cualquier género, la desigualdad legal y jurídica…; en concreto, todo aquello que atenta contra la dignidad humana.
Dejadme que diga también que es imprescindible una inmediata regeneración de lo local que, aunque no llegue a parecerse a lo consensuado en las ágoras griegas, sí colme los intereses de los que entregamos nuestra vida al desarrollo comunitario: “Una cosa es convencer y otra cosa es engañar. Convencer es algo lícito y legítimo (…) la clave fundamental es la libertad”, Luis Santamaría.
A nuestras ciudades –a la tuya y a la mía– hay que medicarlas con cuentagotas, sin demasiados estruendos, aunque recordando que las “manos” de los cirujanos elegidos son imprescindibles para que las operaciones sean un éxito.
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de
Ramón Burgos
Periodista