Ha sido una vez más el Papa Francisco quien me ha hecho reflexionar. En su “diálogo con la cultura con artistas estadounidenses” mantuvo que “(…) el arte es un antídoto contra la mentalidad de la uniformidad y que desafía cómo entendemos las cosas. (…) Hoy la Iglesia necesita vuestra genialidad porque necesita protestar, llamar y gritar” (Rome Reports).
Quizá a algunos os sorprenda el tono empleado por el líder de la Iglesia católica, pero, por muchas razones y especialmente en las horas que estamos atravesando en nuestro país de decisiones confusas, discordantes y enmarañadas –que, incluso, nos inclinan al aburrimiento y a la desidia–, no dudo en unir mi voz a ese clamor, aunque sea en el desierto, extendiendo al resto de la ciudadanía –a todos nosotros– el llamamiento “particular” realizado, pues entiendo –desde un punto de vista generalista– que lo inaplazable a estas alturas de nuestras vidas es dejar de ser inanes (“vanos, fútiles, inútiles”, RAE).
Repito –a riesgo de rozar la pesadez– que no es necesario “cambiarlo todo” –lo intentaron los regímenes fascistas, con tan desastroso resultado–. Y no es necesario “sucumbir” a los cantos de las sirenas –descritos en la Odisea, y que ahora, algunos, se han empeñado en digitalizar, eliminando defectos de la “grabación” (texto) original–.
Fijaros –y lo sé– que no planteo una “misión” fácil, pero mi corazón palpita que es posible llevarla a cabo. Quizá –casi seguro– tan sólo sea cuestión de “reorganizarnos” y “adecuarnos” a las normas intemporales con las que nosotros mismos nos hemos dotado, amén de cumplir con aquello que escribía Yaroslav Pino de Pino: “Mi libertad termina donde comienza la de mi semejante” –o “tus derechos terminan donde comienzan los míos”–.
Dicho esto, y al cerrar estas líneas, mientras nadie, con malas artes, acalle mi palabra, contad con, al menos, mi continuidad –y deseo la vuestra– en este trabajo sin descanso y sin dimisión alguna.
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de
Ramón Burgos
Periodista