Karnak suele ser el plato fuerte para los que llegan a Luxor y aún no se han estrenado con el faraónico legado, pasear por sus gigantescas colmenas hacen que te veas pequeño ante tanta majestuosidad.
Todo sorprende al viajero, sobre todo por su monumentalidad; estamos ante un legado que arranca con el Imperio Nuevo (1.580 a 1.160 a. C.) como morada del dios Amón o el Faraón, contaba con casi 10.000 sacerdotes y asistentes que trabajaban permanentemente para tener contenta a la deidad. Dicen que, lo que contemplamos, es el trabajo acumulado durante veinte siglos de historia, de ahí que también sea fácil ir descubriendo la evolución y los gustos arquitectónicos de aquellos remotos tiempos, pudiendo colegir que fue una obra en constante construcción y, cada soberano, en lugar de destruir, añadía. Aunque en toda historia encontraremos excepciones, sería el caso de Akenatón que pretendió darle la vuelta a la costumbre y trató de crear un nuevo dios ATÓN, para suplantar el culto a Amón y eso los sacerdotes no se lo perdonaron.
Los guías tratan de hacer una sucinta sinopsis del lugar, un auténtico galimatías, así que costará trabajo asimilar esos milenios de historia que para el curioso pasarán rápido pero para el estudioso será su inagotable fuente de trabajo ante el reto de ir reconstruyendo esos pasados siglos.
En la entrada tenemos el estanque de las barcas (derecha) y la avenida de las esfinges (izquierda). La parte central es el Templo de Amón; a su derecha, siguiendo los propileos sureños, tendríamos el camino que nos lleva al otro tempo del de Mut [la mujer del faraón] y en el lado contrario estaría el lago sagrado o Templo de Montu [dios de la guerra] aunque ambos recintos estaban cerrados durante nuestra visita, así que hubo más tiempo, algo que no sobra en un viaje de estas características.
Antes de llegar al primer pilón encontramos la avenida de las cabezas de carnero [el animal sagrado que representa a Amón] y, entre sus patas, aparece el faraón que es protegido por el animal; nos adentramos en la sala de las barcas poco antes de acceder a la sala hipóstila donde nos encontrarnos con la gigantesca figura del soberano Pinodjen, con sus quince imponentes metros no dejará indiferente al visitante y, entre sus piernas una jovencita; todavía está el andamiaje de la época o restos que nos permiten hacernos una idea de la peculiar forma de construir entonces y cómo se levantaban aquellas moles de granito.
Hay un Museo al Aire Libre que es como un gran puzzle, éste queda al lado izquierdo de la entrada y requiere entrada adicional [pago aparte] y allí descubriremos miles de piezas que esperan que alguien les encuentre el lugar correcto para recolocarlas; funge como un almacén al cielo abierto donde los arqueólogos pulen sus conocimientos e intentan reconstruir el lugar. Una de las salas más interesantes es la de Sesostris que viene a ser una especie de biblioteca de miles de años ilustrados en la piedra: un verdadero filón para los egiptólogos que consiguen ir montando la historia de casi cinco milenios.
Digamos que el lugar da para varios días, pero para un sándwich de un viaje organizado, una mañana no dejará de ser poco tiempo y, cuando levanta el sol, terriblemente duro recorrer ese libro de la historia al que debemos añadir imaginación para el rato de asueto que te da el guía.
Justo, tras llegar a la zona del Lago Sagrado, te explica el uso del Nilómetro, un peculiar sistema que en aquella época marcaba el caudal del río y con ello el cálculo-previsión para la siembra de la cosecha subsiguiente. En esa zona encontraremos la escultura del mítico escarabajo, allí siempre hay alguien esperando poder fotografiarse y muchos más haciendo el paseíllo a su alrededor [ya saben: cuestión de fe], fue construido por Amenofis III y representa al dios Jefri.
Recalcar que el lugar estuvo bajo la arena más de un milenio, por consiguiente todo lo que hoy nos encontramos es el fruto del descomunal desescombro de los arqueólogos que tienen trabajo para varios siglos más. En su máximo esplendor en el Templo trabajaban casi 100.000 personas. Fue a mediados del XIX cuando se comenzó a recuperar el lugar, una titánica tarea que gracias al flujo constante de viajeros permite disponer de fondos que posibilitan seguir escarbando y encontrando nuevas reliquias que, en formato de piedra, se van engarzando como si se estuviera montando el más descomunal de los legos.
Karnak, en fin, es el lugar más visitado de Egipto, si descontamos las pirámides de Giza en El Cairo. Eso sí, hay que ponerle imaginación para tratar de hacerse una idea de cómo fue el lugar construido a lo largo de más de 1.500 años. Si uno está por la zona puede intentar visionar, sobre el terreno, el gran espectáculo de luz y sonido, pero sin olvidarnos de ropa de abrigo porque, en la noche, caen las temperaturas y tampoco conviene coger un resfriado que nos complicará el viaje, la humedad del Nilo cala hasta los huesos. Mientras tanto se pueden ver algunos de los muchos materiales que hay en las redes, especialmente Youtube en el salón de casa.
Digamos que los himnos y plegarias a Amón se hallan entre los más hermosos legados espirituales del hombre, en suma, estamos ante toda la historia del universo.
En noviembre de 1828 llegó aquí Jean François Champolion y acuñó la célebre cita: “Ningún pueblo, antiguo o moderno, ha concebido el arte de la arquitectura a una escala tan grandiosa como lo hicieron los antiguos egipcios”. Simplemente maravilloso.
Recordemos que el lugar abarca más de un centenar de hectáreas, y alguno de los famosos viajeros lo inmortalizó:
“Estamos ante la ciudad de la luz donde el creador golpeó con el pie, la madre de las ciudades del dios grande que existe desde los orígenes, el templo de aquel a quienes los dioses claman su amor”. [Christian Jacq].
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Maestro de Primaria, licenciado en Geografía
y estudios de doctorado en Historia de América.
Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas
del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio