José Antonio Fernández Palacios: «En la muerte de un terrorista singular»

Unabomber ha sido, para lo bueno y para lo malo, uno de los personajes más influyentes de las últimas décadas.

Hace poco más de un mes que fallecía, a los 81 años de edad, en su celda de una prisión federal de Carolina del Norte (Estados Unidos), donde cumplía la pena de cadena perpetua, Theodore Kaczynski, también conocido por “Unabomber”. Puede que su nombre y el sobrenombre que le puso el FBI no le suenen demasiado al gran público y, sin embargo, el individuo que respondía a ambos ha de ser reputado, a mi juicio, como uno de los personajes más influyentes de las últimas décadas, para lo bueno y para lo malo. Empecemos por lo segundo.

La de «Unabomber» es la sorprendente historia de un hombre, Theodore Kaczynski ( graduado en matemáticas por la Universidad de Harvard ), que, tras una grave crisis personal a finales de los años sesenta del pasado siglo, decide abandonar su prometedora carrera como docente universitario para convertirse, al cabo de un tiempo, en terrorista, el terrorista más inteligente, intelectual, escurridizo y buscado de la historia criminal de los Estados Unidos: en efecto, durante espacio de dieciocho años, de 1978 a 1996, «Unabomber», en su cruzada contra el progreso, desplegó una sostenida campaña de paquetes-bomba enviados a representantes, por así decirlo, del complejo científico-tecnológico-industrial ( con el resultado de tres víctimas mortales y otras veintitrés más con secuelas físicas irreversibles) sin apenas pistas acerca de su identidad por parte de los investigadores. Finalmente, «Unabomber» fue detenido en abril de 1996 en su cabaña, enclavada en un apartado paraje del desolado Estado de Montana, por los agentes federales gracias a la inestimable colaboración de su único hermano, quien acertadamente creyó ver en él al anónimo autor del manifiesto » La sociedad industrial y su futuro «, cuya publicación forzó a los principales diarios de Estados Unidos el misterioso terrorista. Paradójicamente, su mayor triunfo constituyó el principio de su fin. Pues bien, la importancia de Theodore Kaczynski, desde el punto de vista meramente delictivo, radica en haber sido el modelo más cabal de “lobo solitario” -que es como se denomina, en el argot policial, al terrorista fuertemente concienciado que actúa completamente por cuenta propia-, el cual habría de inspirar, aunque con motivaciones muy distintas, al responsable de la matanza de Utøya (en la que fueron asesinadas 69 personas en 2011,), el ultraderechista noruego Anders Breivik, y cuya capacidad de atracción mimética está, por desgracia, lejos de apagarse. Vayamos ahora con los aspectos no siniestros de su legado.

Todo terrorista actúa, en principio, por razones ideológicas. En el caso de “Unabomber”, la coartada ideológica que se situaba detrás de su cadena de atentados o, mejor dicho, el ideario que impulsó aquella se expone en el citado manifiesto, un “sobrio ensayo”, como el propio autor lo definió, que representa, en mi opinión, uno de los textos de pensamiento más interesantes de finales del siglo XX, el cual, si bien puede leerse fácilmente en relativamente poco tiempo, llevará mucho más “digerir intelectualmente” su contenido habida cuenta de la riqueza y del carácter profundamente estructurado del mismo. Ese ideario se puede sintetizar en las siguientes tesis:

a) Rechazo de la Revolución Industrial y de la sociedad a la que aquella, a la postre, ha dado lugar – la sociedad actual – por cuanto constituye la fuente de toda clase de males: en el llamado » Primer Mundo», la alienación de los individuos; en el llamado » Tercer Mundo «, la miseria y pobreza de la población; en todas partes, la catástrofe ecológica, amén de un futuro incierto en el que la humanidad se tendrá que enfrentar a problemas francamente insospechados.

b) Para afrontar todas esas lacras y peligros la única solución seria consiste en destruir el sistema industrial y tecnológico valiéndose de procedimientos revolucionarios.

c) La meta ha de ser el retorno de la humanidad a estadios históricos bastante anteriores a la Revolución Industrial, es decir, la desmembración de la sociedad en pequeñas comunidades autosuficientes que lleven un modelo de vida más cercano a la naturaleza y más compatible con esta.

Ciertamente, cuando «Unabomber» se presentaba como «anarquista ecologista» estaba efectuando un fiel retrato filosófico de sí mismo. Puestos a buscar ascendientes filosóficos sobre el redactor del “Manifiesto” sobresalen, sin ánimo de ser exhaustivos, dos, a saber, Henry David Thoreau y Jean- Jacques Rousseau. Ocupémonos seguidamente, aunque sea de modo somero, de ello.

El primero ejerció su influjo sobre aquel tanto a nivel práctico como teórico: en efecto, Henry David Thoreau (1817/1862) fue un escritorpoeta y filósofo norteamericano, quien en 1854 publicó su famoso libro “Walden o la vida en los bosques”, en el que narraba los dos años, dos meses y dos días que vivió, personalmente, en una cabaña construida por él mismo, cercana al lago Walden; con este proyecto de vida solitaria, al aire libre, cultivando sus alimentos y escribiendo sus vivencias, Thoreau pretendió, sobre todo, demostrar que la vida en la naturaleza era la verdadera vida del hombre libre que ansíe desembarazarse de las esclavitudes de la sociedad industrial. Como puede comprobarse, los paralelismos entre ambas figuras son evidentes.

Por otro lado, la influencia del filósofo francosuizo Jean-Jacques Rousseau (1712/1778) respecto del “peligroso ermitaño de Montana” también resulta patente: aparte de que coinciden en la visión de un mundo ruralizado como el ideal de futuro para la humanidad, la idea rousseauniana de que el hombre nace bueno por naturaleza pero que luego es la sociedad la que lo corrompe también la comparte Theodore Kaczynski y así, por ejemplo, en su “Manifiesto” escribe lo que transcribimos a a continuación: “Sin embargo, muchas o la mayoría de las sociedades primitivas tenían una baja tasa de delincuencia en comparación con la que se da en nuestra sociedad, aun cuando no tenían ni medios de alta tecnología para educar a los niños ni sistemas para reprimir duramente la delincuencia. Dado que no hay razón para suponer que las tendencias innatas de los hombres modernos sean más proclives al delito que las de los hombres primitivos, la alta tasa de delincuencia de nuestra sociedad ha de ser el resultado de las presiones a que se ve sometida la gente por parte de las condiciones modernas de vida, a las cuales muchos no pueden o no quieren adaptarse” (parágrafo 154).

Trataremos de hacer, por último, una valoración lo más ponderada posible acerca de la manera de pensar y de actuar del protagonista de este artículo:

1.- Hay que reconocerle a «Unabomber» el mérito innegable de poseer una aguda conciencia crítica de los grandes problemas que afectan a las sociedades actuales y denunciarlos.

2.- La solución global que él propone a dichos problemas ni es deseable (porque ocasionaría mayores males de los que pretende remediar) ni posible (porque el hombre moderno ni puede ni quiere renunciar a los beneficios que se derivan de la ciencia y la tecnología).

3.- Además, la «vuelta al pasado» no es la solución porque ya, en su momento, la humanidad decidió, por insatisfactorio, superar ese pasado.

4.- Su forma de proceder es absolutamente condenable desde el punto de vista ético y desvirtúa los propósitos a los que sirve, constituyendo su caso una constatación más de un grave defecto del anarquismo: la distancia moral entre los fines propuestos y los medios para lograrlos.

Consideramos, para terminar, que la trayectoria personal de Theodore Kaczynski es un ejemplo más de lo que el filósofo español contemporáneo José Antonio Marina llama “inteligencia fracasada” (o sea, del fenómeno consistente en individuos dotados de un gran intelecto que, sin embargo, no son capaces de dirigir adecuadamente sus respectivas existencias por factores que no son necesariamente patológicos), una clara muestra, en definitiva, de “vida mal planteada”, por utilizar también la feliz expresión de otro “grande” de nuestro pensamiento durante la anterior centuria, Julián Marías.

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JOSÉ ANTONIO FERNÁNDEZ PALACIOS

profesor de Filosofía y Vocal por Granada

de la Asociación Andaluza de Filosofía (AAFi)

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