Dice un buen amigo –contertulio por más señas– que “las cosas no deben ir bien, porque no entiendo ni lo que escribes”.
Buen aviso a navegantes –y mucho más directo para mí–. Parece como si me hubiese empeñado en anteponer el corazón a la razón (mejor dicho: a la racionalidad). Y es que, ya desde el colegio, os lo confieso, la geometría no ha sido mi fuerte. Quizás me pase como al ángulo obtuso –el que mide entre 90º y 180º (π/2 rad y π rad)–, que, aunque visualmente sea más de un cuarto de un círculo, es menos de la mitad.
En fin, lo que quiero contaros, en defensa propia y sin claudicaciones, se acerca bastante a las dudas que sobre España, nuestro país, y su futuro inmediato, se están acumulando en varios de los hombres y mujeres de a pie que, en ningún caso, son obtusos y, por tanto, tampoco romos (los que carecen de punta) ni torpes (los que son tardos en comprender).
Creo no exagerar al decir que, al menos algunos, estamos perdiendo –si no es que ya la hemos perdido– la mayor parte de nuestra confianza en las decisiones y acciones con las que, día a día, nos sorprenden nuestros dirigentes: unas veces por oscurantismo y otras por partidismo.
A día de hoy, ya no me debato en si es honorable o no la búsqueda de la “medalla humana”, el “poder” por el “poder”, aunque sea a costa de olvidarse de todo lo que consideramos como fundamental; lo que, no lo dudéis, siempre impide hacer el mejor de los viajes: el de la conquista del horizonte común. Por muy líder que uno se crea, sin la ayuda de los demás todo emprendimiento no pasará de ser, en el mejor de los casos, un intento destinado al fracaso.
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de
Ramón Burgos
Periodista