Juan Franco: «El templo de Hatshepsut»

Tras los colosos, reagrupación y marcha, el circuito está tan ajustado que apenas queda tiempo para extasiarte y lo primero que pide el cuerpo es evacuar ya que las botellas de agua, para paliar la constante evaporación corporal, no dejan de consumirse.

De nuevo a la comodidad del autobús adaptado a los tiempos modernos y que consume un combustible que en España pagamos cuatro veces más caro; ya saben, impuestos, por mucho que los embaucadores intenten desviar la atención con los grandes beneficios de las petroleras, que los tienen, como cualquier otro sector de negocios aunque el gran beneficiado es el fisco para mayor gloria de los mangantes que, desde Bruselas, mueven los hilos.

La entrada al recinto de la soberana

Bajar del autobús significa encontrarse con la tórrida realidad y allá vamos. Atrás queda el Templo de Merneptah, el Rameseo, las Tumbas de los Nobles y, a lo lejos, otros lugares que rápidamente olvidarás para concentrarte en el Templo de las más bella y sabia de las mujeres egipcias de la antigüedad: Hatshepsut.

Esta soberana fue la sucesora de Tutmosis II [Dinastía XVIII, 1550-1295 a. C.] que era medio hermano del faraón; los que se interesan por los temas sexuales de aquella época, los incestos y todo lo demás, realmente disfrutarán de lo lindo si consiguen un guía que les quiera explicar las andanzas de las clases dirigentes de la época. Vaya que podríamos colegir que Marat Sade o Casanova no eran, en realidad, nadie comparándolos con los egipcios. ¿Mito o realidad? ¡Saber!

Vista del famoso templo de Hatshepsut

Hatshepsut, en fin, fue la reina más conocida de la época [1490-1468 a. C.], generalmente la encontraremos representada con bellas estatuas en forma de faraón con barba y, en el Museo Egipcio, algunas piezas de inigualable belleza. Ya saben el nombre y pueden ir a Youtube para disfrutar de ella. Ya la habíamos visto en la restaurada capilla roja [Karnak] que hizo las veces de almacén para las barcas sagradas de Amón.

El Templo fue descubierto a mediados del XIX, sigue en reconstrucción y el visitante no tiene acceso a la totalidad del recinto. Es el lugar de reposo de la soberana que lo mandó construir al pie de los riscos de piedra caliza roja y se mimetiza con el paisaje desértico de la región, estamos ante la colina de Deir Al-Bahri. Se trata de una importante construcción en terraza al pie de la montaña, el visitante tiene, ante sí, una gran planicie y luego unas sucesivas series de escaleras que lo acabarán dejando exhausto en ese fastuoso lugar.

La aridez de la zona poco antes de llegar

Fue diseñado por Senenmut, el arquitecto de la soberana, como tantas veces en la historia el templo sería dañado con saña por los sucesores, entre ellos el mítico Ramsés [El Empalmado] y, finalmente, los cristianos lo acabaron utilizando como monasterio hasta que lo dejaron abandonado. Aún siguen las prospecciones de los arqueólogos y la excavaciones no han concluido; a su lado están las ruinas del templo de Mentuhotep II y el de Tutmosis III.

Tras superar la avenida de las esfinges [ya saben: cuestión de fe] de las que prácticamente no queda nada, llegaremos al segundo nivel donde tendremos momentos realmente de gran calidad y deberemos elegir o simplemente pasar en forma de “plis-plas” porque el tiempo vuela. Capilla de Anubis -con sus fantásticas y espectaculares murales cuyas pinturas tienen cerca de 4.000 años, en una de ellas encontramos al célebre Tutmosis III realizando la ofrenda a Ra-Harajty o dios Sol que tantas veces nos encontramos en el mundo de los crucigramas; siguiendo, a la izquierda, llegamos a la columna del nacimiento donde se detalla con prolijidad el origen divino de la soberana que está, en una de las imágenes, en los brazos de la diosa Neith.

El taller de los artesanos de alabastro

Tras pasar la escalinata encontraremos relieves de la expedición real a Punt (Somalia), fue una de las pocas campañas no militares de la época y seguiremos para encontrarnos con la célebre Capilla de Hathor en cuyos muros, polícromos, se recogen infinidad de momentos de la extraordinaria vida de esta soberana.

Y no quedó tiempo para más, así que no pudimos subir al siguiente nivel en donde se ubican las ruinas del Templo de Mentuhotep II, el Templo de Turmosis III, el santuario de Amón -directamente excavado en la roca, las columnas del pórtico de la soberana, muchas de ellas reconstruidas o idealizadas posteriormente con los fragmentos encontrados de los destrozos de sus sucesores y el célebre Santuario del Sol. Para recrearte, realmente, necesitas el doble de tiempo o ser joven en plena forma física y recorrer el lugar como si fuera una maratón.

Dicen que los restauradores han logrado conseguir una maravilla al darle forma a lo que fue destrozado a conciencia a base de martillazos. Por lo visto eso de destruir todos los rastros del régimen anterior es una costumbre atávica y así nos va.

Finalizaremos con el calificativo que el lugar recibió en la antigüedad: Sublime de los sublimes… si algún día está finalizado, ese sobrenombre le quedará corto. Toca desandar el camino, un breve descanso en la aldea, agua, trabajo de los artesanos, efímero paso frente a la casa de Howard Carter y camino del Valle de los Reyes. El mítico y exiguo período de quietud y felicidad que logró la hermosa soberana, es contemplado ya con nostalgia, incluso por el pueblo egipcio, entonces el país fue rico, próspero y poderoso.

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Juan Franco Crespo

Maestro de Primaria, licenciado en Geografía

y estudios de doctorado en Historia de América.

Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas

del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio

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