¡Vaya veranito que nos está dando “la calor”!, así en su expresión andaluza y en femenino. Porque el calor al final tiene género, si utilizamos el femenino, lo multiplicamos, lo exageramos al máximo, “la calor es sinónimo de calor extremo”. Un fenómeno meteorológico que nos afecta ante las altas temperaturas en la salud, en especial a los niños, ancianos, enfermos crónicos, trabajadores al aire libre,..
Este verano el surtidor solar no cesa de manar otras olas, olas cálidas que tiñen el mapa de la Península Ibérica en rojo intenso, nos repartimos un fragmento del mismo sol en días circulares que da igual que sea día que noche. La calima está en todas partes, el desierto llama a la puerta de la casa, el aire irrespirable y la garganta seca. Ciudades como Granada o Madrid en verano se colocan el sombrero de la contaminación. Inútil salir o quedar en casa sin el aire acondicionado. Inútil revelarse contra lo implacable: “La calor”.
Una gota de sudor me resbala por la piel, y el cucú de pared salió y el gong marcó las dos y las tres y las cuatro y desesperado pegado al colchón me encontró el amanecer. El cuerpo pesado, entumecido de la larga noche. Con los años descubrimos que tenemos huesos, articulaciones y músculos, algunos desconocidos hasta que muestran su existencia.
El día rompe amarra, sobre la inmortal calor, la mañana entra fundida ante el espacio abierto de la mar, el viento detenido de aire sólido, se siente el bochorno, ¡Vaya veranito!
No me puedo quejar, rodeado de mar como en una isla está Cádiz, se sobrelleva “la calor”. Me dejo llevar para escribir la crónica con las letras llameantes confiando que pronto regrese el dulce otoño.
Vivimos en un país de sol, que aborrece los veranos de seis meses, con sequías, cortes de suministro de agua, masificación en las áreas de las costas donde proliferan los anónimos y sufridores habitantes de las áreas de ‘Graná’, Jaén, Sevilla que sobreviven con las máximas históricas de calor de España.
Nos dicen que todo está cambiando en el planeta, sobre todo, el clima, creo que es diferente, no comparable, el mundo de ayer no ha perdido nada de su fuerza, claro que antes hacía la misma o más calor lo que ocurre que hoy día está continuamente presente en los medios de comunicación, abre los noticieros como un impactante acontecimiento, los móviles son estaciones meteorológicas instantáneas, los luminosos de las farmacias te sobresaltan con los 40º grados. Entramos en ebullición en este infierno de calor y de noticias que no paran de recordarnos con el látigo del catastrofismo que los Polos se derriten, el desierto avanza, el mar se calienta… ¡Qué feliz era de pequeño, con el mismo calor pero sin aguafiestas ni mensajes apocalípticos!
¡Que sabios eran los antepasados! Siempre ha sido España y más Andalucía calurosa y tierra de secano. Las ciudades se construían cerca de los ríos o en zona de costa, las casas blindadas al calor, basta dar una vuelta por las Alpujarras o los pueblos blancos de Cádiz, construcciones de piedra con anchos muros, de fachadas blancas, permanecían cerradas de día y aireada de noche. Por sus calles estrechas y empinadas, el aire circulaba manteniendo una temperatura agradable y constante, el botijo de agua colgado al fresco, en las mujeres del campo la ropa negra, ligera y suelta y el sombrero, (mi abuela siempre vistió de negro), para comer el gran invento de todos los siglos el refrescante gazpacho andaluz, un nutritivo alimento e hidratante. Cuando la Península Ibérica se convirtió en región romana, dejó en nuestra tradición veraniega la sosegada siesta, (palabra que proviene de la hora sexta romana) toda una institución que hasta los “guiris” han adoptado cuando nos visitan. La música del agua, con las fuentes, los chorros agarrados al cielo, en busca de enfriar el aire.
Para combatir la calor se inventaron las vacaciones de verano, algo bueno tenía que tener.
Mientras una gota de sudor resbala por mi rostro, otra gota de optimismo recorre mi espíritu, abandono mí puesto derrotista cuando leo las ventajas del calor.
Todo un premio Nobel, Szent-Gyorgyi por el descubrimiento de la vitamina C, probó que existen enzimas y hormonas que reaccionan a la luz y a los colores más intensos, generando alteraciones positivas en el estado de ánimo y disminuyendo el estrés. Se podría decir, por tanto, que las horas de sol que ganamos en estos meses nos ponen de buen humor.
La luz solar y las temperaturas altas el cerebro eleva el nivel de oxitocina, dopamina, prolactina y noradrenalina, hormonas que se relacionan con la sensación de bienestar, que nos llenan de energía, nos impulsan a ser más sociables y despiertan el deseo sexual.
Lo más sorprendente es cuando leo que en los hombres la exposición al sol, activa la secreción de testosterona, lo que a su vez aumenta la libido masculina. Ya sabéis chicos, en Andalucía tenemos el potenciador sexual natural, el sol.
Para finalizar el mejor argumento: las vacaciones. Más tiempo de ocio, menos estrés, más descanso (para los abuelos el descanso es relativo cuando se juntan los hijos, nietos, en la casa de verano) …
En fin, que disfrutéis del verano, pero que ya termine y recibamos con entusiasmo el otoño y el nuevo curso en las aulas universitarias de mayores.
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Rafael Reche Silva, alumno del APFA
y miembro de la JD de la Asociación
de estudiantes mayores, ALUMA.
Premiado en Relatos Cortos en los concursos
de asociaciones de mayores de las Universidades
de Granada, Alcalá de Henares, Asturias y Melilla.