Sé de un lugar… donde el tiempo se detiene y me quedo absorta ante la gran paleta de colores y olores. Tranquilidad infinita de siestas sin medida. Emociones fuertes en el rompeolas. Brisa refrescante que caracolea a mi alrededor y me despeina con alegría. Pequeños grandes constructores de murallas y castillos alineados en la orilla. Muchos juguetes. Balones, gafas y tubos de buceo. Alguna cometa. Las nubes.
El bebé que viene por primera vez con un cargamento de gorritos, pañales y babas, suyas y ajenas. Kilos de cremas untadas sobre todo tipo de pieles. Arrugas y celulitis sin pudor. Escaparate de cuerpos torneados en el gimnasio o cuerpos flácidos que invitan a refugiarse en ellos. También huesudos, peludos o pecosos. Cuerpos mojados que ponen sal en la vida de las toallas. Carne, mucha carne en el asador. La insolación y las quemaduras odiosas. Sombrillas coloridas, seguras o rebeldes, buscando en un pequeño vuelo su minuto de gloria y dejar algún lesionado, si es posible. El ritmo insistente de la pelotita. Los juegos de cartas. Los domingueros. Las infraestructuras de toldos y sombras que tienen como piedra angular una legión de neveras. La sandía y el altavoz. Los que leen página a página, vuelta y vuelta. Algunos apuntes buscando la concentración y esquivando la arena. Pocos periódicos. Cada vez menos. Los paseantes. Los atardeceres dorados. Los coleccionistas de conchas y estrellas. Las conversaciones que dan la vuelta al mundo.
Ponerse al día un año después. “¡Qué grande estás!” o “No ha venido este año”. La rutina. Lo que nunca cambia y siempre es distinto. Los planes de comida. El incidente de ayer. Mirar el color de la bandera, o mejor, mirar a los socorristas. El día de las medusas. Los vendedores y pregoneros de casi todo. Los helados. La vecina de la toalla. Los nuevos amigos. Las pandillas de adolescentes. Las miradas. El deseo. Los cursos de vela. Los surferos. El barco grande de las doce. Los toboganes. El experto en vientos. El día, que se está estropeando. El empacho de arena y olas de calor. El paseo marítimo. El club náutico. El camping. Los pescadores y su fresca mercancía mañanera. El chiringuito. La cerveza y los espetos, que saben mejor que nunca. El espigón. Tirarse desde la roca más alta. Chapuzones varios. Aquellos pinares donde la arena es casi harina. Las espinas de los erizos. Los poetas mirando el horizonte con nostalgia. El yoga o la meditación. Los miles de pensamientos que quería dejar en casa pero que se han venido conmigo para atormentarme a pesar de lo que he pagado por este paraíso. La paz encontrada. Los cambios de vida. Los planes para septiembre. Las lágrimas que no se ven bajo las gafas de sol o que se anudan con el agua salada. El móvil. Mucho móvil. Las fotos, el postureo, ¿cómo no? Para las redes sociales. La famiiiilia. Los encuentros. La risa. La alegría de verdad.
Verano. Tú. Yo. El mar. La mar. El mar. ¡Sólo la mar!
Dori Delgado García
Profesora, aficionada a la lectura, escritura, música,
teatro, fotografía, senderismo, viajes,…
y a compartir buenos ratos con su gente
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