Acabo de conocer, en carne propia, la diferencia que existe entre “pisar en falso” y “meter la pata”. Y no creáis que ha sido de manera intelectual. Todo lo contrario: físicamente y con sus correspondientes consecuencias. Estoy seguro que mi pierna derecha me lo va recordar durante un tiempo.
En fin –y por encima de la queja terrenal correspondiente (cuita que no debéis tener en cuenta más allá de lo que consideréis como justo)–, el suceso me ha servido, una vez más, para reflexionar alrededor de las debilidades propias de mi condición humana y su relación con las actitudes de los demás mortales.
La verdad es que no sé cómo explicarme sin descalabrar sentimientos ajenos, pues se trata de sensaciones tan personales que, indudablemente, pueden herir conciencias.
Pues bien, lo dicho viene a cuento de las disensiones –“Falta de acuerdo entre dos o más personas o falta de aceptación de una situación, una decisión o una opinión”, Oxford Languages– que se están produciendo en las instituciones que, hasta ahora, algunos habíamos considerado como “inmutables”: la Iglesia Católica (léase el caso Vaticano-Opus Dei-Jesuitas) es uno de los ejemplos que más me han “sorprendido”.
En tiempos donde la unión es imprescindible, me pregunto si nos estamos retrotrayendo a días pasados –y perdidos– de luchas por el poder material y la gloria temporal, antónimos, por cierto, de la espiritualidad y la misión encomendada desde siempre a esta “ institución”.
Independientemente de mis creencias, y con el mayor respeto y consideración a las vuestras, me atrevo a decir que renovar y adaptarse a los tiempos no debe implicar la agresión directa al corazón de los otros.
Y no consideréis que estoy llevando agua a mi molino; nada más lejos de mi intención: sólo que me resisto como gato panza arriba a confundir lo espiritual con lo pragmático, sea cual fuere el fin perseguido (que, en todo caso, nunca justifica los medios).
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de
Ramón Burgos
Periodista