Sobre las 11:30 de la mañana caminaba con un antiguo amigo por la Avenida de Medina Olmos, de Guadix, y me paré a saludar al historiador Carlos Asenjo y a Jesús Gil, que estaban sentados en la terraza de un bar. Por indicación de Jesús, nos sentamos con ellos. A este lo conozco desde 1995, cuando era secretario general del Delegado de Agricultura, de la Junta de Andalucía, mientras que yo acababa de llegar a la Delegación de Medio Ambiente. Entonces, ambas delegaciones se encontraban en el mismo edificio de la Gran Vía, de Granada, junto al antiguo Gobierno Civil.
Con el tiempo hicimos amistad y hará un año que nos encontramos de casualidad en la Plaza de las Palomas, de Guadix, pues en el verano se traslada a la casa que tiene frente a la Catedral. Han pasado veintiocho años, casi en un soplo, pero, cada vez que nos vemos nos saludamos como viejos amigos aunque vivimos alejados el uno del otro. Le digo en broma a Carlos Asenjo que tiene que escribir una carta a los filipenses, recordando las famosas cartas del apóstol San Pablo a los primeros cristianos.
El historiador es una enciclopedia, me va contando episodios de la Guerra Civil en Guadix donde fue muy cruenta. Le explico que mi tío abuelo paterno pasó la guerra en la Catedral de Guadix, que entonces estaba ocupada por el ejército republicano, mientras que mi abuelo materno estuvo trabajando como prisionero en la carretera de Jérez del Marquesado, por pertenecer a la derecha. Ellos no se conocieron, ni siquiera después de la guerra. Carlos me habla de los destrozos e incendios en la Plaza de las Palomas, de los bombardeos… Nació en 1928 y tenía ocho años cuando comenzó la guerra, aunque poco después su familia se marchó a Alcudia, como cuenta su hermano José Asenjo en Conversación sobre la Guerra (1977). Le dediqué un artículo a esta novela que apenas se conoce en Guadix.
A continuación hablamos del insigne escritor Pedro Antonio de Alarcón, que se marchó de Guadix con el propósito de no volver, y Carlos me recuerda que en los años cincuenta el Ayuntamiento le levantó la estatua en el parque que lleva su nombre, aunque yo creía que había sido por suscripción popular. También me habla de la tertulia que hacen en la terraza de la plaza del Campillo, en Granada, Jesús Gil, Pascual Dengra y algunos amigos más, donde se habla de literatura, política o del tema que toque. Yo asistí alguna vez a la tertulia, hace años, pero al residir en Las Gabias me resultaba complicado desplazarme.
Carlos Asenjo es la memoria viva de Guadix, confiesa que ahora escribe menos porque ve poco y solo oye por el oído izquierdo, pero es que ya tiene 96 años. Hace siete años le dediqué un artículo a su obra Las cuevas. Un insólito hábitat de Andalucía Oriental (1990). Copio estas frases de la obra: El arte de la alfarería es esplendoroso, pues es una herencia de los moriscos… la cueva era siempre una actitud de espera ahíta de reivindicar la propiedad de la casa, del terruño, de lo ancestral como posesión de los antepasados. Carlos siempre viene a Guadix durante el verano y le gusta sentarse en la terraza de un bar a echar un rato de charla con los amigos, va desgranando sus recuerdos y me habla sobre la obra del historiador Vicente González Barberán, que falleció hace unos meses: éramos amigos, me dice. Le respondo que era el personaje más famoso de Huéscar y que su biblioteca y obra fueron trasladadas por el Ayuntamiento oscense a un archivo que lleva su nombre. Con motivo de su fallecimiento, publiqué el artículo Conversando con González Barberán, que recojo en mi libro Artículos del Altiplano y de Granada (2014).
De Pascual Dengra, el historiador accitano me cuenta que su mujer apenas puede andar, por lo que apenas sale a la calle. Recuerdo que este guesquerino (hijo del famoso y olvidado maestro, don Pascual Dengra, porque miles de oscenses pasaron por su escuela unitaria) venía a visitarme a la Biblioteca de Andalucía, donde yo trabajaba, y echábamos un rato de charla. Siguiendo con la conversación, Carlos me cuenta la anécdota de un dentista, en el Guadix de los años cincuenta, que le deja la muela a medio sacar a uno, porque decía que era la hora y tenía que marcharse en el coche de un amigo a Granada, donde residía. Al hilo del tema, le digo que en mi pueblo, Castilléjar, había un sacamuelas que las sacaba con unos alicates y para ello ponía la pierna en el pecho del susodicho (como diría Carlos) para hacer fuerzas, según me contaron. Era también barbero y recuerdo que yo era un crío cuando me pelaba. Sobre las 12:45 horas vino Eugenio, el hijo de Carlos, para llevárselo y ya nos despedimos: Eres la memoria de un siglo, le dije a modo de despedida mientras se alejaba con pasos cansados. Media hora antes habían llegado dos jóvenes de la familia de Jesús Gil para acompañarlo, hace dos años le dio un infarto pero se ha recuperado.
El caso es que escribo este artículo de verano porque conviene recordar a los viejos amigos y a los personajes ilustres.
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