El respeto que siempre merece la vejez, la necesidad de remontarnos a lo vivido, y aguardar que en el recuento final nos sintamos afortunados de acuerdo a nuestro concepto de felicidad porque, en definitiva, todos somos minúsculas partículas en el universo.
Ingresada en una residencia de ancianos, la señora Gerda Wendt hace balance de lo que ha sido su vida, los momentos más entrañables de su infancia y aquellos otros en los que determinadas decisiones le hicieron tomar un camino u otro y que, en conjunto, forman un hermoso mosaico de la imagen completa de una existencia dedicada a hacer feliz a los demás pero también su pasión por el mundo de la física cuántica.
Desde joven Gerda consagró su tiempo y su atención a lo académico. Su capacidad para el mundo matemático le abre las puertas como ayudante de un catedrático. En ese periodo de firmes expectativas, conocerá a un joven camarero y guitarrista, Peter, con quien (a pesar de no tener mucho en común) contrae matrimonio. Después de doctorarse sobre los agujeros negros, Wendt tiene una oferta de trabajo en Inglaterra pero su responsabilidad como mujer le hace declinar la oferta y renunciar a sus aspiraciones laborales y académicas, en un mundo empoderado por lo masculino y por anquilosados convencionalismos.
En este punto, la historia se acelera frente al ritmo casi lánguido que predomina en El verano de su vida. Fruto de su matrimonio nace Tini. Una infidelidad de su esposo con la niñera hace que Wendt tome la determinación de iniciar una vida separada de él. Ahora es el momento de dedicarse la atención que merece a sí misma y apostar por lo que siempre le ha apasionado, retomando ilusiones y sueños personales.
Aun estando en el tramo final de su vida, Gerda siente que el pasado nos hace seguir vivos.
Como todas las vidas, también la de Gerda tiene luces y sombras. Pero lo verdaderamente importante es aceptar lo vivido sin censuras ni resentimiento.
Los continuos flasback recuperan el pasado de la protagonista, lo cual nos permite adentrarnos en sus inquietudes y dificultades. Y en este sentido, el trabajo plástico resulta determinante tanto en el aspecto puramente artístico como en servir de orientación al lector y de complemento al texto. Las viñetas que se remontan al pasado son luminosas; oscuras las del presente. Los dibujos y sus colores ayudan a ubicarnos en un lado del tiempo u otro y nos conducen a conocer el interesante universo de la protagonista: sus inquietudes intelectuales, sus habilidades en el mundo matemático y su interés por lo desconocido, buscando sus afinidades en todo lo que le rodea y demostrando que se puede progresar sin ambición desleal.
En El verano de su vida, se juega con el doble sentido físico y emocional de palabras como ingravidez, cometa, lógica.
Con mucho realismo, tanto el guionista Thomas von Steinaecker como los dibujos de Barbara Yelin, desarrollan a lo largo de la historia distintas enseñanzas: el respeto que siempre merece la vejez, la necesidad de remontarnos a lo vivido, y aguardar que en el recuento final nos sintamos afortunados de acuerdo a nuestro concepto de felicidad porque, en definitiva, todos somos minúsculas partículas en el universo.
El verano de su vida cautiva por la dulzura y la lucidez de su protagonista, así como por el tratamiento poético y realista que enmarca este ejemplo de lucha y superación.
José Luis Abraham López
Profesor de ESO y Bachillerato