En un texto, recién leído, sobre ‘funcionarios’ –carrera profesional que habría que reivindicar por encima de algunos que la ejercen de manera ‘particular’–, de José Manuel Bajarano, «la regulación de la carrera horizontal excede de la potestad autoorganizativa local», administracionpublica.com, «(…) se recoge (…) el derecho a la progresión en la carrera profesional y promoción interna según principios constitucionales de igualdad, mérito y capacidad» (sé que hay mucha tela que cortar al respecto y que muchos puntos de, por ejemplo, la Ley de la Función Pública de Andalucía podrían ser extrapolable a otras ‘situaciones’ –léase políticos, asesores, etc.–).
Sobre ello, el servicio a las distintas administraciones, debería ser el objeto de mi reflexión de hoy –como se lo había prometido a uno de mis lectores impenitentes y colaborador destacado de ‘Ciudadanía’–, pero la entrega al Papa Francisco el premio ‘É Giornalismo’ me ha inclinado a ajustar el rumbo, adaptándolo a las indicaciones de mi particular aguja de marear.
El Pontífice, tras explicar que, antes y ahora, solía declinar los premios y el motivo que le había llevado a aceptar este («la urgencia de una comunicación constructiva, que favorezca la cultura del encuentro y no del desencuentro») aprovechó el momento para recordar cuáles considera que son los cuatro pecados del periodismo: «La desinformación, cuando el periodismo no informa o informa mal; la calumnia (a veces se recurre a ella); la difamación, que es distinta de la calumnia pero destruye; y el cuarto es la coprofilia, es decir, el amor a lo escandaloso, por lo que es sucio, el escándalo vende» (RomerReports).
Así, ‘rumiando’ sobre la regulación necesaria –imprescindible– en ambos casos y profesiones, una pregunta me aturrulla con constante martilleo: ¿hemos entrado en una fase ciudadana de «falta de vergüenza, insolencia», y «descarada ostentación de faltas y vicios» (RAE).
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de
Ramón Burgos
Periodista