Hablaba con una buena amiga –qué difícil es, en estos tiempos, poder ‘adjetivar’ a alguien de este modo– sobre la obra de Federico García Lorca. Ella se inclinaba por la poesía; yo, por el teatro; ambos, eso sí, nos acercamos a la trayectoria personal del creador y a las múltiples interpretaciones que sobre su ‘vida y milagros’ se han hecho –y se siguen haciendo–, los comentarios, glosas o deducciones que, unos y otros, han mantenido durante tantos años. Y, como era de esperar, saltaron a la palestra nombres como el de Ian Gibson, Salvador Dalí, Luis Rosales, Eduardo Molina Fajardo, y muchos otros que sería imposible enumerar en estas líneas.
La conversación se alargó hasta que un toque de atención –el reloj de una casa consistorial cercana– nos hizo recordar las buenas costumbres del horario en casa ajena («siéntete como en la tuya, pero recuerda que es la mía»).
Camino ya de mi hogar, bien acompañado por mi ‘sintiente’ Kira, aproveché para reflexionar sobre mi ciudad y sus ‘mitos intocables’, pero, sobre todo recordé la sentencia de otro buen amigo: «El día que escribamos la realidad de los hechos de nuestros personajes actuales tendremos que hacer las maletas, apresuradamente, y marcharnos al exilio».
¿Será por ello por lo que algunos se empeñan en escudriñar el pasado como método de ocultar sus desvaríos anteriores y presentes?
De lo que estoy seguro es que los recuerdos que ahora son puestos a la luz pública, como ‘puros’, por estos sujetos –muchos de ellos autoproclamados como «hijos de la transición democrática»– poco tienen que ver con lo vivido por mí y por otros muchos compañeros de profesión –la de contador de historias–. Os remitiría –los remitiría–, una vez más, a las hemerotecas y bibliotecas, donde, estoy seguro, os llevaríais –se llevarían– más de una sorpresa por lo declarado, con megáfono o a viva voz, en tantas ocasiones y lugares. ¡Muy distinto a lo ahora pregonado!
Leer más artículos
de
Ramón Burgos
Periodista