Llegar a esta zona supone realizar un viaje en el tiempo, trasladarte a infinidad de momentos y recrearte de tus recuerdos gracias al poder de atracción que trae este tradicional enclave en la capital cairota. Estamos en un lugar donde parece que el tiempo se detuvo cuando llegaron aquí los primeros cristianos y sus ritos quedaron grabados, como si fueran de granito; es un lugar dentro de las murallas de una antigua fortaleza romana del siglo III. Con suerte, dependiendo de la llegada del viajero, todavía es posible participar en esas ceremonias que no dejarán de sorprenderte e incluso le hacen pensar a uno en el arcaísmo de sus ancestros.
Los coptos siguen siendo un mundo aparte, teniendo en cuenta el tumultuoso mundo árabe que envuelve al barrio, aún cuesta creer esa pervivencia en un territorio hostil, aunque uno, en sus paseos, no encuentra grandes diferencias en el trato o el comportamiento del resto de humanos con los que se cruza, al parecer los que practican este rito tienen sus dificultades en esa populosa urbe africana, aunque también debemos colegir que tampoco es fácil la vida de los católicos incluso en lugares mucho más tranquilos y cercanos a nosotros que vivimos un XXI anclado en el nihilismo y la manipulación por unos poderes que, a la sombra, todo lo banaliza y experimentan.
Para acceder al barrio hay que bajar unas escaleras y, tras pasar una puerta [debe tener funciones de seguridad y cerrarse llegada la noche] ya nos hemos trasladado a otro mundo, estamos en un abigarrado microcosmos que te devuelve a épocas pretéritas, viejas callejuelas que te recuerdan la infancia en las ya desaparecidas calles bajas de tu Alhama natal, recovecos variopintos y sorpresas ante tanta historia acumulada. Hay rastros milenarios, iglesias increíbles [imprescindible llevar pantalón largo o se corre el riesgo de ser rechazado a la entra de ellas] que son de acceso libre, sólo el Museo requerirá pagar su entrada.
La Iglesia de la Suspendida [El-Moallaqah] está justo a la izquierda del Museo, pasa por ser la más bella de la capital egipcia, destacan sus tres bóvedas de cañón y el púlpito de mármol magníficamente trabajado, fue antigua sede pontificia entre el XI-XIV, está levantada sobre las torres de una fortaleza y el asentamiento romano: estamos ante dos mil años de historia y nos sorprenderá el formato que [parece] nos recordará al Arca de Noé de nuestros relatos de historia religiosa que “consumíamos” en la célebre Enciclopedia Álvarez de nuestra infancia. Simula ser un navío colocado al revés y con esa imagen uno se va a otros estratos del particular GPS en donde, de golpe, percibes unas sensaciones que te trasladan a otra dimensión y los tiempos modernos están arrinconando con vistas a crear un hombre nuevo, alienado y nihilista que será fácil de manipular por los embaucadores que han inundado el espacio público y donde la humanidad está siendo asaltada por las nuevas tecnologías y, en definitiva, no sabe hacia donde se dirige, especialmente a los ojos del común de los mortales ya que los hacedores de la Agenda 2030 sí saben hacia dónde quieren llevarnos y para eso montan o desmontan lo que les interesa.
El interior del edificio es impresionante y será tarea difícil tomar fotos ante la muchedumbre que siempre inunda este espacio de concentración y fe. Hay hermosas estampas, iconos que nos llevan a centenares de años pasados, algunos del VIII. Otro punto de mira es el púlpito levantado hace casi un milenio, está considerado el más antiguo de Egipto, impacta su parte sobre las esbeltas columnas, las adosadas representan a los doce apóstoles.
Si nos entretenemos en el Museo, éste se erigió aprovechando materiales de antiguas viviendas y en un lugar ideal para echar un alto en el camino: su jardín permite darte un respiro, recuperar aire, descansar las piernas y en ese espacio es verdad que tenemos lo básico para el caminante que busca un lavabo. La planta baja es menos interesante, pero encontraremos a Adán y Eva en un impresionante fresco del siglo X traído desde El Fayum.
En la primera planta podremos extasiarnos [algo que las nuevas generaciones no podrán hacer ante el analfabetismo que se ha instalado en la sociedad materialista que nos han construido] para admirar el sucesivo paso de los años y las civilizaciones. Cualquiera que en su infancia tuviera Historia Sagrada disfrutará lo suyo ante lo que contempla.
Los tejidos de Akhmim son aquí los verdaderos protagonistas, ocupan varias salas y ese pueblo, en el Alto Egipto, sigue con su milenaria tradición de tejidos y materiales naturales de la región: algodón, lino y seda, aunque los costes en mano de obra son tan elevados que cada vez hay menos sustitutos para los artesanos que conservan la tradición.
Y por supuesto: los iconos de los reyes están en varias salas que a muchos nos trasladarán a épocas pretéritas, a un mundo perdido y a otro placentero: el de los tebeos que la chiquillería cambiaba en los carrillos o quioscos que había en nuestra placeta, en nuestro Macondo natal. Jeromo, María, Paquita… todo un pasado vuelve a tus retinas y allí te viene de golpe al creer que estás viendo [viviendo] esa infancia ante los cuentos a base de contemplar lo que te has encontrado y, sin embargo, esas escenas encadenadas fueron pintadas en el XVIII.
Ya en el patio nos encontraríamos varias salas que tienen todos los tesoros del bario cristiano y nada más salir, la Iglesia Ortodoxa de San Jorge, abarrotada; más solitaria la dedicada a Santa Bárbara; pero si el tiempo da, tenemos que intentar darle un vistazo a la Sinagoga de Ben Ezra [casi vecina de Santa Bárbara], o la de San Sergio y San Baco, o el convento copto de San Jorge, aunque no sea visitable, está bien contemplarlo y, mentalmente, reconstruir la historia o leyenda del santo palestino que mató al dragón… ¡Tiempo para el éxtasis!
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Maestro de Primaria, licenciado en Geografía
y estudios de doctorado en Historia de América.
Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas
del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio