No recuerdo al autor primigenio de esta frase, pero es de las sentencias que guardo con más esmero en mi caja de recuerdos: “Para pedir, hay que ofrecer”. En cualquier negociación es importante aproximar posturas –incluso con “cesiones” que, eso sí, no afecten a lo fundamental–, además de (es importante también) proponer caminos beneficiosos para ambas partes.
Dicho esto, tengo que lamentar la insistencia, con grandes exigencias, que se está repitiendo en diversos ámbitos de nuestra sociedad (políticos, religiosos, etc.). A mi modo de ver son ya demasiados los “inventores” de actividades que únicamente buscan su lucro o prestigio personal, ofreciendo fantasías a precio desmesurado, incluso, sin consulta previa alguna, dando por hecho la aquiescencia de los legítimos dueños de los bienes, haciendas y servicios que pretenden usar.
Y, ¡el colmo!, si se les niega cualquiera de sus solicitudes, atacan con toda la bazofia y ponzoña que atesoran en sus podridas entrañas.
Así, si os preguntáis ¿Cuál ha de ser nuestra actitud, nuestra respuesta, hacia las proposiciones de estos vendedores de humo?, no puedo más que ofreceros la que ha sido mi norma durante muchos años: no se trata sólo de señalar con el dedo, amenazando con acciones desesperadas que no conducen a ninguna parte; ni, en ningún caso, agachar la cabeza con trazas de buenismo de excesiva tolerancia –no confundir con bondad–… Además de dejarles bien claro que desperdiciar las oportunidades generales, intereses particulares, se acerca a lo que podríamos considerar como “crimen de lesa majestad”, aquel que en legislativo romano estaba considerado como un “delito político, contra el pueblo, el príncipe, el estado y los ámbitos de la divinidad”.
Pues ya son demasiados los casos de “personas de bien” que están sufriendo en sus carnes esta tiranía renovada, quizás –seguro– por haber confiado sus almas y heredades a aduladores de “tres al cuarto”.
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de
Ramón Burgos
Periodista
