Alma, segunda entrega de una saga de novela policíaca.
Cuando tuvimos en las manos el ejemplar de Alma (editada en The Galobart Books), al observar su cubierta, nos dio por pensar que estábamos ante un objeto delicado. Y al comenzar su lectura, el lector queda atrapado ipso facto por la rutilante puesta en escena que atrapa la atención.
Alma es la continuación de Culpa, primera novela de Juan Yanni, seudónimo del escritor que cuida bien de dar pistas precisas sobre su biografía, siendo este hecho un detonante de quien se entrega con habilidad al thriller.
Nada más comenzar el primero de los treinta y siete capítulos, y siempre bajo su dominio el narrador deja claro que la omnisciencia va a ser la lámpara que guía el camino al lector, en pasajes de temporalidad lineal básicamente pero que irá desviando el paso hacia episodios pretéritos puntuales bien justificados para entender en su totalidad las circunstancias de algunos personajes, sin abandonar nunca el presente de indicativo, incluso en los flashback.
Un evento asombroso atrae la presencia de todos los medios de comunicación en el Museo Nacional de Ciencias Naturales, que acoge a medio centenar de los artistas más famosos. Esta escenografía inicial de deslumbrante exhibicionismo contrasta con otra que va alternando, y en la que la cólera y la exasperación son los sentimientos dominantes en un joven que intenta proteger a su familia del abuso que un amigo de su padre ejerce despóticamente sobre sus hermanos. Ambas historias se entretejen desde el presente.
No tarda en aparecer la figura de la inspectora jefe Idoia Iturri, mujer de cuarenta y seis años, que pronto tiene que ponerse manos a la obra cuando el comisario Ridruejo la reclama para un nuevo caso: en la exposición en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid ha aparecido un cadáver: el del crítico de arte John Winter en una obra de Dustin Harvell. El revuelo mediático se dispara como la pólvora. Es la escenificación crudamente real de un asesinato.
En este punto, el narrador accede al túnel del pasado; en concreto, dos semanas antes, en Londres a donde acude John Winter citado por un coleccionista.
Las pistas y las incógnitas se multiplican de forma que llegue un momento en el que cualquier personaje se nos aparece como sospechoso. Entre ellos, Paul Singleton, hijo de un galerista, cuya obsesión es Mia: la odia y la desea. Tiene entre manos un asunto con el ruso Dimitri Blokhine que presiona con malas artes para que Paul coloque falsificaciones de obras que las promociona como joyas desconocidas de prestigiosos artistas y pronto se cobrará sin miramientos el engaño de Paul.
A pesar de la vigilancia que a Mia le ponen en su retiro de Formentera, no se siente segura. En este sentido, Juan Yanni justifica la relación personal que la inspectora tiene con este personaje como anzuelo para recabar más información sobre el caso, aunque a nosotros nos parezca poco o nada verosímil.
El hecho de que el difunto no despertara muchas simpatías y a la perfección del asesinato, el caso adquiere la complejidad propia de un rompecabezas. Lo que dura la investigación, la trama se cobra más de una víctima, más si tenemos en cuenta temas como problemas de personalidad, pederastia, alter ego, trastornos psicopáticos, misteriosas desapariciones, celos, etc.
Gracias a la omnipresencia del narrador vamos conociendo antecedentes y pormenores de cada uno de los personajes: el mafioso Dimitri, el coleccionista donjuán Tomás, la esquiva Daniela, Mia Golding y su hermano imaginario…
Como parte integrante de la trama, tenemos ocasión de conocer los entresijos de las mafias de obras de arte y falsificaciones del arte contemporáneo. Además, hay guiños a otros artistas que con obras atrevidas cuestionan el sentido del arte, como es la referencia implícita a Damien Hirst que utilizó un tiburón en formol que, con el tiempo, se estaba descomponiendo.
Leída esta novela negra, comprobamos cómo si al comienzo de la misma la galerista Mia Golding es el principal reclamo de los periodistas en la inauguración de la exposición referida, también lo será en su final abierto.
El hecho de que la lista de sospechosos sea extensa y de que el narrador perfile el carácter de cada uno de ellos enriquece la historia, si tenemos en cuenta que gracias a esta estrategia la trama adquiere más interés, consistencia e intriga.
José Luis Abraham López
Profesor de ESO y Bachillerato