No me asiste la pasión por la política, pero no oculto mi sentimiento de responsabilidad ciudadana. Como oriundo de la “piel de toro”, sufro esa crisis generalizada en la que nos han metido ciertos políticos acomodados en la “bancada”, sin generosidad de miras, con mezquindad soterrada…
¿Exagero? Yo viví la Transición en comunión con la inmensa mayoría de españoles y, por suerte del destino, presencié y acompañé el aplauso generalizado de franceses y de inmigrantes españoles a los aires nuevos que rezumaba nuestra recién estrenada Monarquía Parlamentaria. Felizmente. Hoy, sin embargo, vivo perplejo ante el desatino político de “otras bancadas” que, aun cobrando sus nóminas del erario público español, pretenden rajar nuestra piel nacional.
La política, sin duda, es una de las vocaciones más dignas del panorama profesional, cuando contempla testimonialmente los intereses de los gobernados. En esa coyuntura, no devenimos simples súbditos, sino “aliados” de los valores propios de una soberanía que descansa en el pueblo.
Me tenéis frito… Fue la expresión de mi amigo peluquero Joaquín, hombre de gran cultura, en una de nuestras conversaciones sobre los dislates que corren por la geografía de una España, casi en peligro de verse troceada en su dignidad soberana. Gente con autoridad moral, entre ella Felipe González y Alfonso Guerra, ha afirmado con rotunda claridad que los postulados exigentes del prófugo catalán no tiene cabida en nuestra Constitución. Son, por demás, escaramuzas que intentan librar, junto a él, algunos gurús de la política, guarreando la legitimidad de sus propios sueldos. ¡Para tenernos fritos a todos!
La trivialidad de esa cierta clase política se manifiesta en los “culebrones” que, a través de la televisión, estamos castigados a aguantar de políticos continuamente enzarzados en plañideros debates donde la buena educación brilla por su ausencia. ¡Dramático el dibujo que diseñan, como trágico es el ejemplo que dan a las jóvenes generaciones! La bandera del respeto a una Constitución que “sangró” consenso en su día entre políticos de ideologías bien distantes, -¡todo un orgullo de aquel entonces!-, hace tiempo ha sido arriada… Es, pues, urgente recuperar la complicidad testimonial de 1978 y un feliz diálogo parlamentario frente a la amenaza al Estado de Derecho y su explícito chantaje a nuestro ordenamiento jurídico.
Cuando miro la palestra donde se generó la Constitución, a pesar de las diferencias ideológicas de sus autores demócratas, dan ganas de llorar, si no de salir a la calle para cegar la entrada al hemiciclo de la mentira política y de los insultos: ¡degradación política y descomposición subrepticia del clima de convivencia! Es el vodevil inmoral interpretado por quienes hoy con más fuerza que nunca jalean delirio ideológico, tratando de blanquear sin escrúpulo lo que en tantas ocasiones han recogido las hemerotecas nacionales. Mirando al “tendido”, da la impresión que incumplir la ley es tener patente de corso. No. En nuestra España plural no cabe, digámoslo sin eufemismo, el cainismo que pretende dominar la vida política. El tsunami ideológico de formato híbrido de cara a “soluciones democráticas para Cataluña” es una falta de sensatez política que delata el alto precio a pagar a los enemigos de la unidad hispánica. La rutina verborreica, carente de verdad y de rigor, no puede ser el epicentro de la convivencia nacional. Y menos, cuando a un derecho constitucional de libertad de manifestación se le denomina “rebelión”. España no se merece el desprestigio que está sufriendo en la opinión pública extranjera. ¿Habrá que acudir a nuestro Quijote, para asumir el sentido común y la ecuanimidad del “escudero gobernador” frente a una nobleza sin escrúpulos? Por las esquinas del ruedo público se oye que PSOE y PP tienen el deber democrático de pactar acuerdos para evitar todos los despropósitos de los partidos anticonstitucionales…
Señores políticos, tal vez yo sea uno de tantos españolitos ingenuos, pero es que “me tenéis frito”.