De vez en cuando –quizás, y sin quizás, lo más a menudo posible– hay que emprender un “viaje intelectual” por el mundo de la Cultura –con mayúscula–… Yo lo hago con cierta asiduidad y, os lo aseguro, casi siempre me resulta muy reconfortante, aunque, a veces, también lo confieso” la sorpresa por lo conocido me haga reflexionar sobre su validez.
Uno de estos sobresaltos ha tenido lugar al toparme con una redundante campaña publicitaria –en prensa, radio, televisión y medios exteriores– cuyo eslogan principal no es otro que “Hambre de cultura”.
Al respecto, no he tenido más remedio que recordar algo que escribía tiempo atrás: las diferencias del “qué hay que hacer” y el “cómo hay que actuar” en este campo tan sensible van más allá de las meras propuestas de distinto signo.
Así, no os extrañe que, de nuevo, me dé en la nariz que los hechos de la Cultura –con mayúscula– se intentan convertir en acontecimientos particulares, cuyo único fin es avalar otras tesis de posicionamiento político o social (lo que sucede también con las actitudes mostradas por varios de los personajes protagonistas).
No hay nada más que escuchar con toda atención las quejas de los gestores; el alejamiento de los patrocinadores; el estancamiento en ideas redundantes; la pérdida del norte en los atractivos de la programación; el descontento con lo prometido y lo que, finalmente, se ha dado… Y todo ello –y mucho más–, a mi parecer, viene dado por el empeño de no aplicar el sabio refrán de “zapatero, a tus zapatos”.
Si tenemos en cuenta, como en cualquier otro ámbito, que lo “demandado debe tener los pies en el suelo”, hay que aceptar, del mismo modo, que lo “deseable está íntimamente comprometido con las situaciones por las que atravesamos”… Lo que no quiere decir que aquí se proponga una involución de lo alcanzado, sino, como en otras áreas, una evolución sostenible, en orden y concierto, aprendiendo del pasado para no repetir errores.
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de
Ramón Burgos
Periodista