José Luis Abraham López: «La verdad de las miserias humanas»

Las complejas relaciones familiares, el poder, el dinero, la violencia a través de pintorescos personajes que nos revelan la verdad de la vida humana con todas sus inquietudes y miserias.

La editorial Consonni nos da la oportunidad de disfrutar de la reedición en España de la novela La muerte como efecto secundario, de la reputada escritora argentina Ana María Shua.

La obra se configura desde la voz en primera persona de Ernesto Kollody (separado y padre de dos hijos) que, a modo de una única carta extensa dividida en treinta episodios, se dirige a su examante.

Nada más comenzar su lectura, la figura del padre autoritario ocupa un ancho espacio; también su precario estado de salud y la importancia que este le da al dinero, además de su peculiar relación con el frustrado y frustrante director de cine Goransky.

No faltan los recuerdos y los consejos de su progenitor, pero también las heridas indelebles que aún siguen vivas: las culpas y humillaciones sufridas desde joven, traspasando la frontera visible de lo sagrado por íntimo y de lo cotidiano por público, forjando así de manera impecable una especie natural de autobiografía novelada.

En ciertas ocasiones, el narrador ralentiza conscientemente el ritmo de su relato, se aparta para luego volver al tema enunciado en digresiones que aportan naturalidad a la escritura, pero siempre es el padre el nudo principal desde el que el narrador bifurca su relato en una dirección o en otra. Y en este sentido, lo que la autora llama Casas de Recuperación, eufemismo de residencia para ancianos, va cobrando el relieve propio del espacio cerrado que permite sobrevivir, conformando un micromundo asfixiante para todo aquel que ha tenido el infortunio de conocer y reclamo para atracadores.

Cubierta de La muerte como efecto secundario, en editorial Consonni

Sarcástico unas veces consigo mismo y escatológico otras (sobre todo cuando habla de la enfermedad que padece el padre), el protagonista se muestra dulce y pacificador si recuerda su relación con la adúltera mujer.

Aparte la madre que padece demencia (silenciosa y sumisa) y Cora Kollody (dependiente y malhumorada), otro de los personajes reseñables es el área metropolitana de Buenos Aires donde se desenvuelve la narrador, un espacio inseguro dominado por el vandalismo y la tiranía, adoradores organizados de la propiedad ajena a los que ni siquiera una residencia de ancianos le es indiferente cuando se trata de manifestar la barbarie.

Ana María Suha no deja pasar la ocasión para incorporar reflexiones sobre la locura y la cordura, así como una crítica ácida al marketing con el que empresas turísticas juegan con el dolor de las Madres de Plaza de Mayo. Tampoco se libra del juicio censurable la sanidad pública y los medios de comunicación.

A la receta de introspección y crítica social se suma el ingrediente del humor cuando Ernesto Kollody intenta conceder al padre un último deseo al diseñar y ejecutar una alocada, absurda y desternillante huida en busca de una muerte digna.

El narrador frustrado por su desempeño como maquillador en una empresa de pompas fúnebres (tanoestéticos) y por reconocer su escasa habilidad como prestidigitador de la palabra, en el penúltimo capítulo desvela la sensación de estar escribiendo cartas, en un claro guiño irónico al lector, cuando reconoce en el ejercicio de la escritura un intento fallido de hacer realidad los deseos que terminan por atenazarle.

En La muerte como efecto secundario, Ana María Shua vuelve a demostrar su destreza en el manejo de un ritmo sosegado como trepidante gracias a la habilidosa combinación de cláusulas de distinta extensión, anáforas, digresiones y unos personajes pintorescos que nos revelan la verdad de la vida humana con todas sus inquietudes y miserias.

José Luis Abraham López

Profesor de ESO y Bachillerato

José Luis Abraham López

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