Al hilo de una de mis reflexiones (vid. “Dolo”), un buen amigo y paciente lector ha plasmado por escrito la sensación que, creo, tenemos más de uno: “Llevo un tiempo que esta situación social me producen dolores de cabeza y un incómodo estado estomacal”.
Y es que, ya no me cabe duda, la injerencia socio-política en las “sagradas libertades” afecta seriamente a la salud –sin que, por ahora, se haya descubierto fármaco alguno que ayude a la cura de tan traidora enfermedad–.
Así, a falta de remedios adecuados, habrá que anteponer la calma a las decisiones imperativas e insensatas; habrá que replantearse cuestiones que siempre dimos por intocables; habrá que –no me canso de repetirlo– socializar la casa, el barrio, la ciudad, el país…, esfuerzo, indiscutiblemente titánico, para el que necesitamos en primer lugar una unidad de actuación –aunque nuestros pensamientos e ideas tengan signos contrarios–, que en ningún caso, como está ocurriendo con demasiada frecuencia, conculque los derechos humanos y la imprescindible convivencia en paz y armonía.
De este modo el escándalo dejará de tener su causa en las actuaciones de nuestros semejantes (o en las nuestras), incluso en los desafíos que constantemente estamos lanzando, por ejemplo, contra la naturaleza: construir donde no se debe, atentar contra el ecosistema, poner excusas económicas para no “reparar” lo dañado, etc., por no hablar de lo básico: ya sabéis que soy de los que opina que las crispaciones, tengan el carácter que tengan, en ningún caso ayudan al desarrollo colectivo o individual.
Espero, y deseo, que hayamos aprendido la lección que nos está dando este tiempo convulso: la necesidad de anteponer y ejercer en nuestro diario vivir dos vocablos… Esperanza y Fidelidad, pues no sólo conllevan intenciones, sino que los hechos, derivados de las actitudes a ellas vinculadas, influyen decisivamente en todos los entornos posibles.
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de
Ramón Burgos
Periodista