Fue en un encuentro inesperado con quien considero adalid en el arte de la defensa de Granada y sus gentes –nacidas a los pies de la Alhambra o insertas en su tejido social– y que, precisamente, su buen hacer le costó la negación de la carcundia más recalcitrante de nuestra tierra (¡y hasta de su propio partido político, al que había servido con lealtad hasta que intentaron hacerle optar por lo particular –por lo que era conveniente para ellos– en vez de por lo general –es decir, por los intereses que nos son más propios–!).
Su cercanía se mantuvo constante hasta que, en la conversación que teníamos bajo la lluvia, apareció la palabra “secreto” –en el arte de la gobernanza que, digo yo, estamos padeciendo–. Estoces, su gesto se tornó adusto cuando citó a Immanuel Kant, filósofo de la ilustración, preclaro representante del criticismo y precursor del idealismo alemán.
Tras despedirnos, y nada más llegar a mi refugio del pensamiento, tiré de mi caja de recuerdos para citar, aquí y hoy, al profesor Sorrentino (Universidad de Perugia), de cuyos escritos soy un ferviente admirador: “El principio de transparencia política es un elemento constitutivo de los ordenamientos democráticos. Esto es así porque el poder invisible, el recurso al secreto y a la mentira política, no constituye un simple obstáculo a la plena realización de la democracia, sino un factor de verdadera degeneración de tal forma de gobierno” (“Discusión pública y transparencia del poder en Hobbes y Kant”).
Creo, pues, que a todo lo dicho, no me queda sino apuntillar que es imprescindible una inmediata regeneración de lo local y de lo nacional, pues como afirmara Luis Santamaría: “Una cosa es convencer y otra cosa es engañar. Convencer es algo lícito y legítimo (…) la clave fundamental es la libertad”.
Por cierto, que no penséis que he olvidado citar el nombre de mi contertulio. Ha sido a caso hecho, con intención, esperando que mis reflexiones no contribuyan a dañar su imagen ni su pensamiento.
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de
Ramón Burgos
Periodista