Leandro García Casanova: «Encuentros en la Navidad»

Aquella mañana de mediados de diciembre, fui a hacer unas fotocopias a la librería. Al entregárselas, le dije a la librera.

¿Tú eres de Castril?

Ella me respondió:

Ya decía yo que tu cara me sonaba.

Yo soy de Castilléjar y me acuerdo de Juan, el cobrador del ‘coche correo’, compró un piso en el edificio donde vivían mis padres, en Granada.

Ahora allí viven sus hijos –respondió la librera.

Mi padre era el cartero y llevaba la saca con las cartas todos los días al ‘coche correo’. También me acuerdo del conductor Bartolo. Precisamente, hace dos meses estuve con Miguel y Juan Manuel en una manifestación, en Benamaurel… Ya ves si conozco a gente de por allí.

Y así fue discurriendo la conversación. Esa mañana, forzado por las circunstancias, no me que quedó otra opción que ir a esa librería a la que no iba desde hacía unos veinte años, a comprar los libros de la escuela de mis hijos. Pero se ve que un día tuvimos algún atranque, que ni siquiera recuerdo, y ya no me pasé más. Me despedí de la librera deseándole una feliz Navidad y la encontré amable, después de tanto tiempo. Y es que los años nos van haciendo madurar y entonces utilizamos la diplomacia con las personas.

Después, me fui a Granada a entregar unos documentos en el registro de una administración, hice varios encargos y sobre las doce horas regresé al pueblo. Entonces me pasé por la panadería, pero no tenían barras gallegas. Al ir y venir de la panadería, me llamó la atención un anciano parado en la acera, hacia la mitad de la calle, con gafas oscuras y un bastón en la mano. Al salir de la panadería, no pude evitarlo:

¿Usted es Pepe…?

Sí, ¿de qué me conoce? –respondió, extrañado.

Yo soy… –le dije.

El anciano se quedó unos instantes pensando.

Pues, no caigo y apenas veo.

Yo lo entrevisté a usted y salió publicado en un libro, me dijo que estuvo de secretario en Zújar…

La verdad es que no me acuerdo –respondió, con amabilidad–. También estuve en Orce, en Castilléjar y en Cúllar.

La memoria también me fallaba a mí, pues habían pasado dos décadas desde que lo entrevisté, pero me quedé alucinando con su respuesta:

Mi madre era de Orce, yo soy de la familia de…, y en Castilléjar precisamente me crié –Lo dije un tanto emocionado al recordar aquellos pueblos de la infancia, tan queridos, mientras que ambos vivíamos ahora en Las Gabias.

Yo residía en Cúllar y me desplazaba a Castilléjar en la moto…

Estábamos tan enfrascados en la conversación, que parecíamos viejos amigos que se habían encontrado de casualidad al cabo de los años. Me hablaba con sencillez y confianza. En esto paró un taxi al lado y me dijo:

Es el taxista, que ha venido a recogerme.

¿Dónde vive? –acerté a preguntarle.

En la calle… –y repitió el nombre quizá para que yo lo memorizara.

¡Trátalo bien, que es de confianza! –le dije al taxista, un joven de unos veintitantos años.

Instantes después el taxi desapareció al fondo de la calle, con Pepe al que yo había visto en más de una ocasión andando por la calle y, aunque me resultaba indiferente, alguna vez pensé: Seguro que ni se acuerda de mí. Pero este día me llamó poderosamente la atención la imagen de un anciano con aspecto de invidente parado en la acera. Y se me quedó grabada. Con el tiempo uno se hace más sentimental pero lo sorprendente es que, en cuestión de horas, saludé a dos personas que no trataba desde hacía más de veinte años. Lo hice casi sin pensarlo, como si una fuerza externa me empujara hacia ellos, y ese día me sentí alegre, posiblemente como ellos.

El 22 de diciembre, el día de la suerte, me di una vuelta por Granada para despejarme un poco. Crucé el barrio Fígares, donde vivieron mis padres sus últimos años, pasé por Puerta Real, que estaba muy concurrida de gente haciendo las compras y cuando llegué a la Plaza de Bib-Rambla era un espectáculo. Filas de niños, de colegios privados, guiados por los maestros, contemplaban el enorme árbol de Navidad y las casetas, con figuras de pastores y belenes, y salían en fila poco después. La plaza estaba atestada de paseantes, de turistas y sobre todo de niños. Pasé por la Plaza Pescadería, con los puestos de frutas, y fui al Mercado de San Agustín. Esa mañana Granada estaba como para filmar una película, no hacía frío y era sorprendente la aglomeración de gente, en medio del colorido de las calles y plazas engalanadas de luces navideñas. En el Mercado pregunté a una pescadera por una carnicería que había a la entrada y me dijo que no estaba por lo menos desde hacía cuatro años, en que reformaron el Mercado. El tiempo que yo no me pasaba por allí. Me indicó una carnicería donde compré una morcilla con cebolla, que es una delicia. Al salir del Mercado pasé por una mercería, me detuve unos instantes recordando y al final decidí preguntarle a la mujer que atendía:

No sé si te acuerdas de mí.

El caso es que tu cara me suena –respondió.

Cuando le dije mi nombre y apellidos, exclamó:

¡Claro, tú eres familia de mi marido! Ya ves, estos días va a hacer seis años que murió.

Más o menos el tiempo que yo no me había pasado por la mercería. Le di el pésame y le dije:

Ahora recuerdo que la última vez que saludé a tu marido me dijo que había estado enfermo, pero que ya se encontraba mejor.

Cogió una bacteria en el hospital y murió al poco, desde entonces vivo con mi hijo.

Ella me hablaba como si fuera de la familia, cuando yo me había pasado por la tienda varias veces y apenas si cruzamos unas palabras. Decidí contarle cómo encontré a Encarna, la tía de su marido.

Cuando murió mi madre, entre sus cosas encontré una foto pequeña con esta escueta dedicatoria: Recuerdo de tu prima Encarna... Cúllar 19-6-52. Me llamó la atención la fecha lejana y de cómo se hacían las escasas fotografías en aquella época, se reunían todos como si fuera un día de fiesta en el campo. Un tiempo después, busqué el apellido de la prima de mi madre en la guía telefónica y llamé a un teléfono de Cúllar. De esta manera encontré a Encarna, a la que yo no conocía.

Poco más tarde me despedí de la tendera, porque tenía prisa, y seguí mi paseo por Granada. En mis viajes al Altiplano visité a Encarna varias veces, ella estaba viuda desde hacía veintitantos años y tenía dos hijos, pero tras una fractura de cadera falleció hace unos diez años. Encarna me explicó que la foto se la hicieron en Tíjola (Almería), cuando estaban haciendo la vendimia en las tierras de un familiar suyo. Ella aparece sonriendo, detrás del muchacho sentado de la primera fila, y calculo que no tendría los veinte años. Fue de lo mejor que encontré en mi familia materna.

Me despido deseando a todos una feliz Navidad, en medio de dos guerras cercanas que tanto nos afectan, pero el mundo libre parece ajeno a ellas.

 

 

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