Juan Franco Crespo: «La necrópolis de Saqqara»

El yacimiento arqueológico, bastante desolado desde lejos, resultará una grata visita ¿o fue la sugestión tras el flamante bufet que tuvimos, tras dejar Menfis y el comercio de papiros? Sea como fuere la pirámide escalonada de la III dinastía no te dejará indiferente, su gran perímetro -casi una decena de kilómetros de largo tiene el lugar- en la tierra sagrada del reino del desierto. Construida con gigantescos bloques de piedra, dan testimonio del legado arquitectónico de aquellos primigenios arquitectos que fueron toda una revelación para la humanidad; entonces lograron ingeniosas soluciones que aún sorprenden -algunas todavía atormentan a los especialistas tratando de descubrir cómo solucionaron los problemas- a los viajeros, turistas y expertos: todos quedan noqueados, no por la grandeza [que también] sino por la paz del desierto que buscaron los soberanos huyendo de las continuas inundaciones del río de la vida.

Escultura/réplica que nos recibe en la entrada del yacimiento al pie del oasis ::JUAN FRANCO

La solución fue exitosa y la región sirvió para el último viaje desde la dinastía III a la XIV. El sitio estuvo siempre en uso y el legado, del gran maestro Imhotep, parece planear sobre todo el inmenso y desértico lugar. Todo gira en torno al monumento funerario del gran Zoser “El Justo” [2.624-2.605 a. C.] combina la estabilidad y, a su vez, la ligereza de la gigantesca construcción pétrea que casi tiene cinco mil años.

Señalar que a pesar de la relativa cercanía de Giza, este lugar goza de una extraordinaria tranquilidad, apenas hay visitantes, casi inexistentes los chamarileros y los pocos que lo hacen no son tan “abrasivos”, apenas se perciben y eso se agradece porque te permite realizar una visita con pasmosa tranquilidad y no exenta de emoción, algo que merece cualquier lugar sagrado que se preste.

El incesante trabajo de excavación nunca se acaba

Haciéndonos eco del significado [Saqqara podría traducirse como “el lugar más divino que el cuerpo de los dioses” y a su arquitecto “El que viene en paz”, era el sumo sacerdote de Ra en Heliópolis, donde teníamos el hotel, relativamente cerca del aeropuerto]. Los griegos lo convertirían en su dios Asklepios, el encargado de los alfareros, los escultores o simplemente el gran maestro de obras.

Esa mole, que a lo lejos aparece desgastada, en realidad tiene 60 metros de altura a razón de diez por cada peldaño así que las escaleras para subir al cielo no eran precisamente fáciles de ascender, sorprende más su gran volumen a medida que te acercas. Digamos que cualquier intento de escalar las pirámides está severamente castigado, al margen de las dificultades que ese intento conlleva.

Entrada a la pirámide escalonada

El área está rodeada o protegida por la fortificación, los bastiones, entrantes, salientes, fosos, trampas y mil consideraciones más que trataban de evitar, a toda costa, que alguien molestase al faraón en su último viaje al más allá: todas las preocupaciones fueron pocas con tal de asegurarle la tranquilidad eterna que casi logró, porque de todos los lugares visitados, contra todo pronóstico, apenas estábamos unas cincuenta personas por el lugar; parecía como si las fuerzas nocivas de las modernas hordas de turistas fueron anuladas y su misión de tránsito de la tierra al cielo tuvo su efecto en estos casi cinco milenios. Ello nos hace pensar en la pervivencia, en el símbolo o en la consecución de una idea: el vínculo entre lo humano de la tierra y la pasión del espíritu en el cielo.

En el fondo de la pirámide escalonada -no está visitable- se encuentra la tumba del faraón en un profundo pozo de cerca de treinta metros y a modo radial una serie de pasillos que servían de almacén: dicen que allí tenían una magnífica vajilla de 50.000 objetos, esencialmente relacionados con la gastronomía, las artes culinarias estaban muy bien representadas con copas, boles, platos, vasijas… y en los más variados materiales que le confirieron la perdurabilidad durante siglos y contrastan con lo efímero de la vida: alabastro, diorita o esquisto exquisitamente trabajados conformaban la peculiar vajilla de la eternidad, siempre lista para el largo viaje celestial y el banquete de los justos; se anticiparon casi tres milenios a lo que montaron los cristianos hace poco más de dos mil años y cuya dilapidación o finiquito casi lo tenemos ante nuestros ojos. Podríamos colegir que el simbolismo con este conjunto funerario tiene grandes similitudes, la fiesta que reunió a las divinidades para el largo viaje a la inmortalidad era, en realidad, una regeneración, una esperanza, un mito para tener controlado, o con los pies en la tierra, al más común de los mortales.

El jameño en una de las tumbas pulcramente adornadas

Y aquí llegamos al final de nuestros relatos por el mítico y milenario Egipto, recordando que es una ínfima parte de lo que ofrece el país, hay centenares de lugares que sorprenden, tanto al neófito como al especialista. Un lugar al que hay que intentar volver, disfrutarlo y retenerlo porque es todo un canto a la belleza ¿las miserias de la vida cotidiana?, esas las tienes al alcance de tu mano cada día que amanece y tampoco solucionarás mucho en la situación en que está el antiguo reino. Pero, como decía la leyenda ¿hay algo perfecto? Carencias encontraremos en todos los lugares, así que mejor dejémonos llevar y disfrutemos el momento, después de todo, nadie se queda en este mundo de manera permanente.

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Juan Franco Crespo

Maestro de Primaria, licenciado en Geografía

y estudios de doctorado en Historia de América.

Colaborador regular, desde los años 70, con publicaciones especializadas

del mundo de las comunicaciones y diferentes emisoras de radio

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