Me pasa con las “puertas giratorias” –las que sirven para colocar en empresas públicas o cercanas al poder imperante a aquellos que no han podido ser ubicados en el “estamento”–, como con las señales semafóricas peatonales: la velocidad de vértigo que adquieren en su ciclo de funcionamiento supera cualquier idea preconcebida sobre cómo atravesar una calle sin poner en riesgo nuestra integridad.
Dicho esto –locución que se ha extendido entre los tertulianos más comunes de las radios y las televisiones de este país, como si se esperase una “sentencia inmediata”–, entiendo que, ahora más que nunca –principio de un año nuevo–, es tiempo de reflexión, de meditación y de valoración… Y no sólo sobre las actuaciones de los gobernantes nacionales y/o municipales, sino también sobre nuestras propias acciones, actos y obras.
Vivimos en una tierra de situaciones que, indiscutiblemente, han evolucionado hacia un horizonte de libertades, con cambios no sustentados en acusaciones vanas ni en actitudes revanchistas… Al menos de eso, como ciudadano de a pié, yo quisiera presumir; es decir, de propagar un talante acorde con la ley y la razón, pues el uso de “figuras” diferentes nos lleva, indefectiblemente, al riesgo cierto de la división de la sociedad civil, término que, por cierto, estimo que se está utilizando por algunos con un fin que no corresponde a su sentido natural. ¿O es que existe una sociedad política, otra judicial, otra ejecutiva, y así sucesivamente? Prefiero no creer que esto último pudiese llegar a ser cierto.
¡Fijaos!: si ya me resulta difícil creer, por ejemplo, que sigamos anteponiendo las cuotas políticas por encima de la valía de las personas, no os debe extrañar que, por el contrario, mantenga contra viento y marea, con toda la fuerza, que la libertad individual, e incluso la colectiva, empiezan y acaban donde no hay egoísmo ni egocentrismo, amén de otras virtudes que han de adornarnos en nuestras labores y en nuestro descanso.
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de
Ramón Burgos
Periodista